En Sigüeiro residió (o reside) al menos un grupo familiar de Marruecos o Argelia. Gente encantadora cuyos hijos acudían a la escuela y participaban en todo, mientras sus madres asistían al desfile de Carnaval o lo que fuera. Ahora abrió una cervecería de cierto nivel, Bellota, donde la mitad de las camareras procede de América Latina. Estupendas profesionales, muy amables. Y pasando del escenario micro (llegar a Sigüeiro, en el fin del mundo, constituye un acto de fe cuando se parte del norte de África o desde el otro lado del Atlántico) al macro, solo los ignorantes defienden que no es necesaria la inmigración. Harina de otro costal es el desastre en la gestión de las avalanchas humanas que vienen sobre Europa y que no pararán por real decreto.
Escrito lo anterior, aunque el lector no haya estudiado en Oxford deducirá que la postura del firmante se encuentra a unos cuantos años luz de la de Vox. Y desde luego, con un claro rechazo de la violencia.
Dicho todo eso, procede recordar lo que decía un conocido catedrático de Historia de la USC: los pueblos se expandieron siempre hasta los límites de la religión que practicaban. De manera que cuando en Jumilla la derecha prohíbe en dependencias municipales actos multitudinarios de otra religión, en este caso musulmana, lo menos que debe hacer la izquierda es reflexionar.
Porque si nadie reflexiona pasará lo de Lalín: hace pocos meses un grupo de padres musulmanes se entrevistó con el alcalde para pedir que en el menú escolar de sus hijos no apareciera el cerdo o que hubiera uno especial para ellos. El alcalde no cedió, pero sonó la alarma: eso es munición para Vox que, por suerte, figura como irrelevante en la comarca.