Los políticos no solo son necesarios sino imprescindibles. Cuando uno lleva decenios en este trabajo ha conocido a muchos: tontos, inteligentes, despistados, utópicos, pelotilleros, canallas, machistas, feministas, obedientes y díscolos. Con sus correspondientes femeninos, que aquí sí que se cumple la igualdad entre sexos. Y la enorme mayoría, honrados. Salteadores de las arcas públicas hay poquísimos, y lo que abunda es una cierta chulería en mayor o menor grado («mi opinión/concurso/acción es imprescindible para la sociedad») y un gran esfuerzo y casi anulación de la vida personal. Esto último, sobre todo en el nivel local, en la comarca compostelana y en cualquier parte: concejales cuyo nombre casi nadie conoce se dejan la piel día a día y con escasas vacaciones.
Dicho eso, que quiere ser también un aplauso y un agradecimiento, resulta que de repente aparecen los salvadores de la patria y cambian su voto, de manera que se llevan por delante al alcalde que habían respaldado en el pleno de investidura —léase Touro o Noia, por ejemplo— y encumbran en su lugar a un concejal de la oposición. Puro transfuguismo de todos los colores políticos. Por supuesto, siempre argumentan que es por el bien de su pueblo, que el alcalde no había hecho nada hasta ahora, que la situación era insostenible y menos mal que está él/ella para enderezar el rumbo y, además, que eso conlleva un sacrificio que asumen con resignación por el bien común. Las malas lenguas, a las que quizás no haya que hacer caso, siempre sugieren algún interés personal y egoísta atrás. De modo que o se ganan las elecciones por mayoría absoluta o el alcalde está vendido.
A mí esos cambiachaquetas me dan náuseas.