La comarca compostelana tiene los caminos de Santiago (los oficiales, no los piratas) excelentemente bien señalizados. En realidad, esa es la norma en Galicia entera. En otras palabras, nadie se pierde excepto que sufra problemas de visión o, concentrado en sus pensamientos, se despiste. Y esta afirmación puede hacerse de forma radical. Quien se extravía es porque ha decidido ir por donde le ha dado la gana —a lo cual tiene derecho— y de repente se ha encontrado en medio de un monte sin indicación alguna.
Pero la enorme mayoría del personal que circula por los caminos de Santiago no quiere saber de lo anterior. Es igual que se repita en Instagram, en alguno del centenar y medio de grupos jacobeos que existen en Facebook, que se hagan tik toks o que lo recomiende el párroco del pueblo: el peregrino tira de móvil, activa el GPS y se queda embobado mirando la pantallita aunque esté al lado de un marco. Y no es un decir: hasta apoyándose en ese marco sigue clavado en el móvil para ver por dónde continuar.
En la entrada a Sigüeiro tal proceder adquiere la categoría de patético. En dos pruebas hechas a la hora de máxima afluencia hace semana y media se contabilizaron 73 y 98 peregrinos, de los cuales 65 y 79 iban con el móvil en la mano mirando la dirección a seguir. Y a medio metro, un marco, y más adelante y a la vista, otro. ¿Qué sucede? Que en vez de conocer el tramo medieval se fueron por la acera en paralelo, que los conduce… al mismo sitio.
Como aquí no se trata de insultar a nadie, por supuesto, y algunas palabras del diccionario castellano podrían entenderse como injurias, recurramos al gallego para definir con cariño a ese tipo de peregrinos: son unos parviños.