Un solo fallecido, un solo herido grave, es un balance inasumible de accidentes de tráfico en las calles de cualquier ciudad. Más todavía si es del tamaño de Santiago y condicionada por un casco monumental, con lo que esto conlleva de medidas restrictivas para la movilidad motorizada. ¿Qué decir entonces de este año luctuoso, cuando ya se han dejado la vida en nuestras calles tres personas —peatón, ciclista y motorista—, y a estas alturas podría ser peor, porque se suceden con frecuencia siniestros, de los que usualmente son víctimas peatones, que pudieron incrementar la cifra de muertes y, casi milagrosamente, esto no ha sucedido. Ha saltado por los aires la tendencia iniciada en el 2014, con cero fallecidos, solo rota en el 2016 y el 2022, con una víctima mortal cada año. Tiene que ser motivo de reflexión para todos: conductores, peatones y Concello. ¿Por qué está ocurriendo cuando las denominadas medidas de «calmado de tráfico» son más exigentes que nunca para los vehículos a motor? ¿Cómo puede ser, cuando la limitación de la velocidad en el casco urbano es de 20 o 30 kilómetros por hora? Pueden darse casos extraordinarios, difícilmente explicables, como el del tren turístico que arrolló a una mujer mayor en Virxe da Cerca, pero siempre hay alguna circunstancia determinante, y con frecuencia se llega a la conclusión de los despistes en el cumplimiento de las normas. ¿Cómo se explica que un coche que circula a 30 por hora se lleve por delante a un transeúnte en pleno paso de peatones? No será que el conductor desconecta de la realidad de su entorno por ir hablando por el móvil, incluso con el manos libres activado, y no digamos ya si va wasapeando al volante. También hay muchos peatones que cruzan el asfalto por donde les da la gana y, encima, distraídos porque llevan la vista clavada en el móvil, en plena conversación o escuchando sus listas de reproducción y con los auriculares o cascos con cancelación de ruido que los aíslan en su propio paraíso... un paraíso que puede acarrear fatales consecuencias. No ayuda nada la peligrosísima carencia de policías locales, la plantilla no llega a todos los puntos críticos de las vías urbanas en horas punta. Su presencia sería una garantía frente a tanta siniestralidad por negligencias.