Santiago debe de tener más poder de atracción que el que presumimos. Porque que una quincena de alcaldes, empresarios y hasta la vicepresidenta del equivalente a una comunidad autónoma hayan viajado hasta aquí desde una remota parte de Polonia o bien es un auto de fe o es que Galicia empieza a verse como un lugar en el cual se puede aprender. Xunta y Diputación coruñesa se apresuraron a recibirlos con los brazos abiertos, y hasta el Xacobeo los llevó a recorrer un tramo del Camino Portugués por Rois y Teo adelante.
Visto desde fuera, y aunque el nivel no fue malo en absoluto, parece que procede reforzar la coordinación no solo administrativa y política sino, sobre todo, social. Un ex conselleiro de Cultura —de pobre recuerdo en lo que se refiere a sus desvelos por el Camino de Santiago— dijo en su día algo que levantó ampollas: Galicia está ensimismada. Y —esto ya no es de su cosecha— Compostela mucho más, sin que la afirmación se lea como crítica a la alcaldesa, que con una magra mezcla de concejales hace lo que puede y al menos presenta iniciativas de vez en cuando.
Pero a pesar de la multitud de actos casi rutinarios, Santiago está ensimismado, encomendándose al flujo de peregrinos, interminable en el mes pasado y en este. Solo lo reactivó en los últimos días una intervención de la presidenta del Consejo de Estado, Carmen Calvo —que derivó hacia el poco original tema del feminismo— y sobre todo por el jugoso brain storming en que se convirtió el Observatorio de Sostibilidade Turística convocado por Turismo de Galicia para justo eso: salir del ensimismamiento, levantar el trasero del sofá y proponer ideas. Aunque fueran locas. Santiago, desde luego, las necesita.