
Ángela Silva dirige Dolci e Bambini, una escuela de pastelería infantil de Bertamiráns que imparte talleres divertidos a partir de los 2 años
13 may 2025 . Actualizado a las 05:00 h.Los abuelos maternos de Ángela Silva eran de origen italiano, se fueron a Venezuela a buscarse la vida (los hermanos de su abuela, a Estados Unidos) y montaron allí un restaurante y una panadería. Ella, nacida en Calabozo, también fue emigrante y acabó encontrando su gran vocación en el sector de la hostelería, aunque en su caso enseñando a los más pequeños de la casa a ser un poco más autosuficientes en la cocina, al tiempo que se divierten y cocinan sus propios dulces. Su escuela de pastelería infantil, Dolci e Bambini (nombre que hace un guiño a sus antepasados maternos en la tierra de su familia paterna), abría sus puertas en Bertamiráns hace menos de tres meses —el 26 de febrero—, tras recorrer un camino muy alejado de lo que apuntaba en su época estudiantil.
Ángela reconoce que, de joven, «no sabía ni freír un huevo». «Hice Bioanálisis y estuve trabajando en laboratorios, haciendo análisis de muestras biológicas. Me casé allá y tuve dos hijos. Ahí dejé mi carrera para pasarme al negocio familiar con mi expareja, una tienda de calzado y complementos», relata. Explica que en esa época abrieron un taller de cocina y, cuando se fue a inscribir, solo quedaban plazas para las clases de pastelería. «En ellas hice mi primer bizcocho y se me quemó», comenta entre risas la venezolana de 36 años. Al año siguiente, en el 2016, fue cuando llegó a España y se instaló en Ames. Aquí hizo cursos de camarera de piso, de estética... hasta que sacaron uno de panadería para personas desempleadas en el SEPE.
«Vi que era algo que me gustaba y que podía vivir de eso, aunque en aquel momento había montado un negocio de bolsos, que acabó yéndose a pique, y poco antes de la pandemia tuve que echar el cierre. Yo siempre digo que todo pasa por algo y, como no tenía paro, estuve un año y medio vendiendo seguros, un empleo que compaginé con el ciclo de Panadería y confitería en el CIFP Compostela. Al acabar, la contrataron en una pastelería en Santiago donde «aprendí muchísimo», destaca, al igual que en los obradores de las panaderías locales por los que pasaría luego.
En su propia casa descubrió cuánto le gustaba enseñar a los amigos de sus hijos a hacer galletas y otros dulces, al tiempo que los menores estaban entretenidos aprendiendo conocimientos productivos para ser más autónomos en su día a día. «Yo a mis niños, que ahora tienen 12 y 10 años (Amir y Dana), les he ido enseñando a cocinar desde pequeños y es genial como padres que tus hijos, en un momento dado, te puedan ayudar en la cocina o hacerse su propio plato de pasta, por ejemplo. Lo malo es que, al estar ya avanzados, mis propios hijos me sabotean las clases y se adelantan a lo que estoy explicando», cuenta entre risas Ángela, quien explica que pudo poner en marcha su negocio gracias a un programa de emprendimiento para mujeres de la Cámara de Comercio».
«Me empezó a encender el gusanillo. Me gustaba la cara que ponían los niños al ver lo que eran capaces de hacer y después, al probar lo que habían hecho», dice. Y ahora, tras conseguir un local para hacer este sueño realidad, da divertidos talleres temáticos para niños adaptados a las distintas edades, a partir de los 2 o 3 años (hasta los 6, acompañados por un adulto), organiza fiestas de cumpleaños únicas y hasta ofrecerá este verano un campamento de pastelería infantil para facilitar la conciliación familiar y laboral durante las vacaciones estivales (a partir del 23 de junio y hasta comienzos de septiembre, por días o semanas completas, en los que «vamos a divertirnos de forma educativa», y aprenderán desde a hacer masa madre de pan hasta a hacer helados o gominolas e incluso irán algún día al súper para conocer las materias primas y de dónde salen los productos que utilizarán). Su intención es, además, dar clases extraescolares durante el curso.
«Esta está siendo una experiencia muy gratificante. Me llena muchísimo. Es un sueño que me nutre y me hace muy feliz que tanto los papás como los niños se vayan contentos. Ver cómo los pequeños se sienten capaces de hacer sus propios dulces, siguiendo las instrucciones, es lo más bonito de todo. Lo bueno de la repostería es que, si sigues bien cada paso, las cosas salen», dice Ángela, quien ha sido peor alumna que los menores que van a su escuela, porque «hasta ahora no ha quemado ninguno nada», indica entre risas. «Algún huevo se ha caído al suelo y me hace mucha gracia porque cascar un huevo para ellos puede ser todo un reto: hay que tener la fuerza indicada, puntería, maña... pero si no les sale, no pasa nada, aquí se viene a disfrutar. De hecho, cuando hago talleres con las familias les digo que me encargo yo de hacer fotos y vídeos para que ellos puedan vivir el momento y disfrutar ese rato con sus hijos plenamente», añade. Los talleres son a partir de 30 euros e incluyen todo el material e ingredientes que utilizan y se llevan a casa lo que hacen. «No tienen que traer nada más que las ganas», aclara. Para evitar accidentes, no permite que nadie corra por la cocina, pero invita a los pequeños a mover las caderas, los brazos y bailar para quemar toda esa energía que acumulan. «Además, enseño también limpieza y organización. Yo predico con el ejemplo de lo que siempre hemos hecho en casa. A veces los adultos subestimamos a los niños y a ellos les gusta sentirse útiles y válidos en todos los ámbitos, incluida la cocina, y entran muy bien en el juego de rol, actuando como si fueran verdaderos chefs».