«El único vicio de mi padre era leer La Voz»

Juan María Capeáns Garrido
juan capeáns SANTIAGO / LA VOZ

NEGREIRA

GARRIDO

El histórico bar-ultramarinos de Negreira está suscrito al periódico desde 1939

04 jun 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

Lourdes Tomé Pensado nació con un periódico debajo del brazo. Las cifras bailan porque apenas existen documentos a los que aferrarse, salvo en La Voz de Galicia, donde hay constancia de que Casa Ovidio cuenta con una suscripción al periódico ininterrumpida desde el 17 de octubre de 1939, unos meses después de que finalizase la Guerra Civil. Del negocio, mitad ultramarinos, mitad bar, no hay registros en el Concello de Negreira hasta décadas más tarde, pero ella, que ahora tiene 84 años, lo recuerda desde que tiene uso de razón, igual que un vecino coetáneo que también tiene muy presente lo trabajador y tremendamente amable que era su padre, que dio nombre al negocio.

«No bebía, no fumaba, su único vicio era leer La Voz». Un hábito sano que su hija mantiene. El periódico llega ahora cada mañana con noticias razonablemente frescas. «Entonces lo traía el cartero», sostiene, así que en ocasiones aparecía un día más tarde, aunque el tiempo y la actualidad iban más despacio, como atestigua un antiguo reloj de péndulo que marca el ritmo en la tranquila aldea de Zas, que se altera un poco más por las tardes por la llegada de clientes y por el constante goteo de peregrinos camino de Fisterra, una novedad de los últimos años a la que se han adaptado a gusto.

Casa Ovidio es un lugar querido y muy necesario. Los vecinos de Zas, Aro y las zonas más altas del municipio se ahorran muchos viajes al centro de Negreira cuando tienen alguna necesidad, y siempre da algo más que los modernos supermercados no tienen. Es auténtico, tiene un poco de todo, sigue «igual que siempre» y es cómodo para detenerse en coche, ideas por las que un consultor experto en desarrollo de negocio cobraría una buena comisión. Para algunos es casi un lugar de culto en el que encontrarse para charlar o pasar un rato.

Allí queda el ejemplar sobre la barra desde primera hora —abren a las 10— y a medida que pasa la mañana ya se va notando el uso y el descuadre de los pliegos. Por las tardes es el momento de Lourdes, después de solventar las labores de la casa. Hace tiempo que le ha cedido el mando del ultramarinos a su hija María José —la otra, Lourdes, es profesora en O Grove— así que ella se acomoda indistintamente en uno u otro lado del largo mármol negro que hace por momentos de barra o de mostrador, o las dos cosas a un tiempo, porque los ingresos entran casi por igual. Allí se pone a leer la edición de Santiago por la primera página, se detiene especialmente en las noticias de Negreira, y no lo suelta hasta la última, «como hacía mi padre», que compaginaba la actividad del ultramarinos con la venta de habas y conservas a conocidas familias compostelanas.

Cuando termina la lectura, el periódico vuelve a quedar a mano de los clientes, aunque la demanda ya es otra. Con su capacidad analítica intacta, reflexiona sobre las costumbres de sus clientes y llega a la conclusión de que «los jóvenes que vienen por las tardes ya le hacen menos caso, yo creo que leen menos». Quizás tenga razón, o puede ser que vean más el teléfono, algo que ella también hace cuando sus hijas le enseñan alguna cosa de interés. «Pero leen menos que yo, desde luego, que desde los 12 años me lo leo entero. Sin periódico no me arreglo».