Algo pasa —alguna mala avería— en la maquinaria del Concello de Santiago. Año tras año, empeora el funcionamiento de la administración municipal, pese a que a todos los mandamases del pazo de Raxoi, cuando llegan y se apoltronan con vistas a la Catedral, se les llena la boca anunciando a bombo y platillo que una de sus primerísimas prioridades es engrasar los mecanismos del servicio público local para vestirlo de eficiencia y agilidad, como demandan los vecinos, que son los que pagan este negocio con sus impuestos. Un negocio de nada menos que 146 millones de euros —presupuesto de este año, en su inmensa mayor parte dedicado a gasto corriente— y una plantilla de casi setecientos trabajadores, entre personal funcionario y laboral. ¿Cuántas empresas privadas de Santiago alcanzan estas magnitudes? Sin la más mínima intención de demagogia y siendo suave, los hechos demuestran que el Concello compostelano tiene que espabilar. Y mucho. Pero el problema es que quien tiene el mando —no solo los actuales, también los pasados y a saber los futuros— o no tiene la capacidad para cambiar tan herrumbrosas dinámicas o la tiene pero se da contra un muro imbatible cada vez que intenta mover las piezas. O mete la pata ofendiendo públicamente a la plantilla, con lo cual no hace más que agravar las cosas. El actual gobierno bipartito se está gastando un pastón de todos los ciudadanos en jefes de área contratados a dedo con sueldos de ejecutivo, con la doble finalidad de reforzar la gestión de un gobierno de número precario y potenciar el enlace con el personal al mando en los distintos servicios. Pero, nada. Los indicadores más señalados de la burocracia local, esos que afectan de forma directa al día a día de los compostelanos, marcan una gráfica en picado. En una empresa del sector privado, los primeros ejecutivos no durarían un trimestre. No digamos ya cuatro años de inoperante mandato. Entre que no hay demasiadas ideas —¿alguna novedosa?— que puedan ilusionar a la concurrencia y el sufrimiento de una gestión del día a día ineficiente, pesada y cansina en el cara a cara con los vecinos, no hay por dónde coger este Concello. O sí. También pagamos un pastón para que esté bonito. Al menos luce su piedra.