Mercedes, un ejemplo de la sacrificada vida de las mujeres del rural

La Voz

VAL DO DUBRA

Mercedes Quintáns recibió a sus 71 años un premio como emblema de la mujer rural gallega. La vecina de Paramos, en Val do Dubra, dirigió la explotación lechera familiar desde muy joven, hasta que se jubiló por una incapacidad. Compaginó el trabajo en la granja con la crianza de tres hijas y el peso de los quehaceres domésticos, además de participar activamente en el sindicalismo agrario.
Mercedes Quintáns recibió a sus 71 años un premio como emblema de la mujer rural gallega. La vecina de Paramos, en Val do Dubra, dirigió la explotación lechera familiar desde muy joven, hasta que se jubiló por una incapacidad. Compaginó el trabajo en la granja con la crianza de tres hijas y el peso de los quehaceres domésticos, además de participar activamente en el sindicalismo agrario. PACO RODRÍGUEZ

Esta dubresa se puso con 15 años al frente de la explotación lechera familiar y se dedicó a trabajar duro en la granja y a cuidar siempre de otras personas

19 ene 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

La de Mercedes Quintáns es una historia compartida, en la que pueden verse reflejadas muchas mujeres del rural. La suya ha sido una vida llena de sacrificios, desde bien joven. «Moi esclava», dice esta dubresa de 71 años que compaginó el cuidado de la familia con el duro trabajo en una explotación ganadera. Se puso al frente de ella con solo 15 años, al ser la hija mayor, cuando su padre enfermó, recuerda: «Eu traballaba e o leite cobrábao miña nai. Había 8 vacas na casa e chegamos a ter máis de 20». Estudió hasta los 12 «e tiña que levantarme moi cedo para muxir e axudar na casa antes de ir á escola. E ao saír, volta á faena... non había parada ningunha», relata.

Con la filosofía del é o que toca por mantra y un plato comida asegurado todos los días, ni siquiera se permitió imaginarse haciendo cualquier otra cosa, aunque reconoce que cuando se casó «si pensei en marchar porque xa non quería saber nada máis das vacas». La vecina de Paramos —una parroquia con un centenar y medio de vecinos— contrajo matrimonio con 21 años. «O meu home era camioneiro», indica, y al poco tiempo tuvieron una hija. Esta tendría unos 5 años cuando él se fue a ganarse el pan a Suiza y Mercedes se quedó sola con una niña pequeña a su cargo y un trabajo en las cuadras que no entiende de conciliación. Contaba con la ayuda de su madre, aclara, aunque reconoce que se las tuvieron que ingeniar para salir adelante con todo: «A nena tíñalle medo ao paraugas negro e poñiámolo xunto a porta para que non saíra da casa mentres nós atendiamos outras cousas».

Luego vendrían dos gemelas que no esperaba y no bajó una sola marcha en su ritmo de trabajo. Nacieron casi de milagro, pues «cargaba o tractor de toxo coma se nada estando embarazada e incluso, cortando a herba coa gadaña, caín a rolos». Acabó pariendo en el sillón de un hospital, relata, tras toda una peripecia para llegar a dar a luz. Y, prácticamente al día siguiente, ya estaba de nuevo faenando. «Tivo que vir un irmán a axudarme porque eran dous bebés que atender e estivo un mes comigo», subraya una mujer convertida en pilar de la casa, la cual ha estado siempre cuidando de otros. Hoy se hace cargo de su madre, de 98 años, además de las tareas domésticas.

Mercedes tuvo una jubilación anticipada por una incapacidad, tras cortarse la mano izquierda con una hoz. Rondaba los 50 cuando se la dieron, después de pelearla -claro está-, porque parece que nada le vino rodado a esta dubresa, quien participó activamente en el sindicalismo agrario de la comarca barcalesa. En nombre de todas esas mujeres que han jugado y juegan un papel clave en la vertebración social y territorial, a costa de llevar una vida «esclava» y abnegada, ella recibía un premio el Día Internacional de la Mujer Rural en un acto organizado por la Deputación de A Coruña en colaboración con la Federación de Asociaciones de Mujeres Rurales (Fademur).