La fachada de la iglesia de Trobe, en el municipio de Vedra, se convierte en poesía en piedra

Cristóbal Ramírez SANTIAGO / LA VOZ

VEDRA

CRISTÓBAL RODRÍGUEZ

Al lado también destaca la Casa da Fábrica y el cruceiro

08 jun 2024 . Actualizado a las 05:05 h.

Territorio de Vedra este que ocupa el área recreativa de Cubelas, principio (o fin, según como se mire) de la larga ruta de senderismo de San Xoán da Cova. Lugar plácido donde los amigos de caminar o los de la bicicleta pueden dejar el coche para acometer un itinerario que combina tierra con asfalto.

Inicialmente manda este último, convertido en una pista que marcha en paralelo al Ulla y que desde luego no puede presumir ni de anchura ni de firme irregular, con la ventaja para el recién llegado de que por ahí pasan muy pocos coches. Un doble aviso del concello de Vedra de que solo se puede captar agua del río en caso de incendios es la única señal de que por allí hay alguna actividad.

Espacio, por lo tanto, tranquilo, sin más ruido que el que genera la corriente y que se percibe un poco lejana. Lo que va a llamar la atención es el bosque precioso y muy denso que va a acompañar al excursionista por la izquierda, ocupando una ladera con respetable pendiente que muere en el mismo Ulla, con viñedos aquí y allá a la derecha.

Pero no hay viviendas a la vista, cosa que en la provincia coruñesa empieza a ser rara vista la dispersión habitacional, hasta encontrar la aldea Ribeira, donde se cruza un regato —llamado Bugueiros— que da aún más vida a ese magnífico bosque de la izquierda. Aguas abajo tuvo en funcionamiento dos molinos, los de Pastel.

En efecto, no ha habido más remedio que circular por asfalto ese pequeño tramo, pero inmediatamente en plena subida arranca a la izquierda una pista de tierra muy bonita que, descendiendo, va a conducir a las riberas del Ulla. Esa pista describe un gran arco, y cuando este termina se impone coger otra muy recta hacia el norte, alejándose del río. ¿Por qué? Porque tanto se vaya en coche como en bicicleta, la iglesia de San Andrés de Trobe es lo que los ingleses llaman un must: O sea, algo que perderlo entra en la categoría de lo imperdonable.

Esa iglesia, en una zona alta, ya desde lejos da imagen de edificio muy sólido. Y no solo porque sea muy grande. Frente a ella, unos columpios, bancos, un par de artilugios para hacer ejercicio y un cruceiro de los buenos con pousadoiro y el Crucificado mirando al templo, todo ello en un jardín cerrado al que hay acceso.

Pero, ¿qué es el edificio de detrás? Una placa, en el exterior y al lado de la parada de autobús, lo aclara: «Casa da fábrica de Trobe. Restaurada polo concello». Y, como siempre en este país, se dice quién fue el alcalde en ese momento. Pero no hay que abandonar el lugar sin acercarse al pousadoiro, pues en grandes letras consta que fue (se entiende que la obra), «costeada por los residentes en B(uenos) Aires en 1905».

CRISTÓBAL RODRÍGUEZ

Al igual que casi todo el resto de la iglesia muestra gran sobriedad, la fachada es pura poesía en piedra y agrupa los elementos ornamentales y las líneas que le dan gracia al conjunto, a lo cual contribuye la alta torre. Puro barroco de cuando el siglo XVIII empezaba a asomarse a su final, con un San Andrés en una hornacina lo suficientemente alto como para que a ningún amigo de lo ajeno fije su mirada en él.

Es esta heredera de las fachadas denominadas de retablo por similitud con este elemento de los altares: es decir, con decoración en piedra integrada en la propia verticalidad. Solo hay un elemento moderno: una placa que recuerda a un hombre que durante cuatro decenios fue el párroco.