Alessandro Lequio descubre junto a María Mera los secretos de Santiago: «¿Química?, la que tenemos tú y yo»
VIVIR SANTIAGO

Ambos protagonizaron anoche la última entrega de «A miña gran cidade», el programa de la TVG en el que un famoso gallego lleva a su ciudad a otra persona conocida
10 abr 2025 . Actualizado a las 10:35 h.El miércoles se emitió en la TVG la última entrega de A miña gran cidade, un programa en el que un famoso descubre su ciudad a otra persona conocida, a partir de varias experiencias, en un intento de que, al final del espacio, este decida quedarse unos días de vacaciones en el enclave. Anoche, los protagonistas eran la actriz y presentadora María Mera que, aunque nacida en Boqueixón y criada en Vedra, guarda desde siempre mucho vínculo con Compostela, y, como invitado, Alessandro Lecquio, quien reconoció que, a pesar de que ya había estado hace unos años en Santiago, no había podido visitar sitios históricos, como la Catedral. El conde Lecquio, quien defendió su querencia por la historia, puso ya de inicio en valor el empedrado del casco histórico compostelano. «¿Las piedras siguen siendo las mismas o las van cambiando?», preguntó por sorpresa el colaborador televisivo.
En el programa de la TVG el famoso gallego cuenta con 24 horas para convencer a su invitado de que su ciudad es el destino perfecto por descubrir, partiendo, eso sí, de la limitación temporal de una hora en la que tendrán que hacer las experiencias previstas para sorprender al visitante. En el caso de María Mera, la actriz tenía cinco previstas, aunque, finalmente, por el tiempo, solo pudo hacer cuatro.
La primera que, como la gallega aseguró, era una «carta gañadora», por la belleza que conlleva, tuvo lugar en los tejados de la Catedral, adonde María Mera y Alessandro Lecquio subieron acompañados de Pedro Sánchez, el compostelano amante de la Semana Santa que conoce «case todos os segredos do templo».
En lo alto, y a pesar de que Lecquio había reconocido su miedo por las alturas, el colaborador televisivo no dudó en admitir que las vistas eran «extraordinarias», con la perspectiva única de Santiago.
El itinerario continuó por la rúa do Franco y por la de la Raíña, donde ambos pararon a comer en el restaurante Sexto II, mientras, con humor, empezaban a demostrar su conexión en pantalla. Además de remarcar las «muchas cosas que tienen en común» -«Los dos tenemos una vida sana y entregada a nuestras hijas»-, las bromas y la complicidad se sucedieron, entre elogios mutuos y reflexiones en alto sobre «non xulgar sen coñecer».
En la tercera experiencia, en la que María Mera quiso sorprender a Lecquio con un recorrido por lugares emblemáticos del casco histórico compostelano, como el Casino, los soportales de la Rúa do Vilar o el estrecho callejón de Entrerrúas, continuó su «paseo romántico», como apuntaban entre risas. Delante de un conocido estudio de tatuaje de la Rúa Nova Lecquio incluso bromeó con que María -quien, previamente, había reconocido, que no le gustaban los tatuajes- tendría que hacerse uno pequeño en la mano con la «a» de Alessandro Lecquio.
El siguiente alto fue, de nuevo cerca de la Catedral, en el árbol de la ciencia, en el que desde hace décadas los estudiantes juegan a adivinar de espaldas cuál es su carrera ideal. Lecquio señaló Químicas. «¿Química?, La que tenemos tú y yo», defendió el aristócrata italiano riendo de nuevo, admitiendo en pantalla que «parecía que (María y yo) nos conociésemos desde hace más tiempo que unas horas».
Durante el itinerario, se tocaron temas como la fama de mujeriego del aristócrata y cómo lleva la fama. Lecquio aclaró que él conoció la parte más amable de ser conocido. Aún así, relató en pantalla el percance que le sucedió con una foto con una madre y su hija en Santander y que le lleva a no quererse hacerse fotos con la gente que le para.
«E se nos sacan agora unha foto a nós paseando e saímos nas revistas?», comentaba María con humor. «Escarallámos de risa», añadía, momentos antes de pasar por delante de un conocido pub compostelano al que, cuando aún se llamaba El Retablo, María iba a bailar. «E ligar, ligábase», admitía.
La cuarta experiencia tuvo lugar también en la zona vieja, en uno de los comercios históricos que resisten en esta parte noble de Santiago, la sombrerería Iglesias, donde Tino Fernández Iglesias, nieto de Celestino Iglesias y Ramona Blanco, fundadores del comercio allá por 1912, explicó a Lecquio gran amante de los sombreros detalles de su ciudad oferta. María Mera regaló a su invitado un sombrero azul años 20 mientras proseguían las bromas y los elogios.
Aún así, y ya sin tiempo para hacer la quinta experiencia, el aristócrata italiano no dudó a la hora de elegir si quedarse unos días en Santiago o marchar para su casa, decidiendo coger el billete y volver a Madrid. «Mi casa es con mi hija y mi mujer», destacó, sin dejar, eso sí, de alabar la diversión compartida con María. «Santiago es la ciudad para siempre del peregrino. Pero la verdadera magia de esta ciudad es María», acentuaba antes de marchar.