«Heridas abiertas»: segunda temporada, no gracias

PLATA O PLOMO

El final de la serie de HBO ha dejado boqueando hasta al espectador más escrupuloso, sin oxígeno tras el guantazo, pero agradecido: la ovación es (casi) unánime. Radica el éxito de la serie del año -no nos asusta decirlo- en una trama fiel a la novela de Flynn y en el carisma de su protagonista, esa fiera pelirroja de nombre Amy Adams

21 sep 2018 . Actualizado a las 11:23 h.

Los que habían leído el libro jugaban con ventaja: sabían que Gillian Flynn acababa resolviendo con finura una compleja trama que, por momentos -sobre todo en la pantalla-, peca de perder el hilo, entretenida en escarbar en el trauma que atormenta a la protagonista y que sí, es muy interesante y también importante, pero distrae de la espina dorsal de la historia: los escabrosos asesinatos de unas niñas en un remoto, obtuso, pueblo estadounidense. HBO liberó el octavo y último episodio de Heridas abiertas el pasado lunes 27 de agosto y ese mismo día, todavía haciendo la digestión, adrenalíticos perdidos, los espectadores lo tuvieron claro: se encontraban ante la mejor serie y el mejor papel femenino de todo el año. Mucho tendría que elevarse el listón para que los Emmys del 2019 no les diesen la razón: Amy -nos atrevemos a pronosticar-, volverás a casa con las manos llenas de estatuillas. Y mientras tanto, ¿qué pasará tras el baño de piropos? ¿Habrá segunda temporada? ¿Compensa tensar la cuerda de la satisfacción?

Confesamos (sin mucho destripar) que queremos más. Porque necesitamos saber qué sucederá con el culpable, reclamamos hambrientos un castigo para el malo: que la justicia reconforta. Queremos más porque lo incómodo nos retuerce las tripas, nos obliga a replantearnos nuestros límites morales. Porque lo oscuro sobresalta, lo perturbador mantiene despierto y lo que se nos atraganta nos hace sentirnos vivos, presentes, aquí. Queremos más de Wind Gap, de su atmósfera asfixiante, uno de esos lugares irrespirables y desalentadores en los que ya hemos estado -Fargo, Twin Peaks, True Detective-, en los que todos pierden a menos que cojan la puerta y se larguen. Y, sobre todo, queremos más por ella, fiera pelirroja de ojos pálidos.

Por su personaje Camille Parker -una periodista que regresa a su pueblo natal para escribir sobre el estrangulamiento de una adolescente y la desaparición de otra, para saber qué les pasó, por culpa de quién les pasó- y por la propia actriz Amy Adams, también productora ejecutiva de la ficción dirigida por Jean-Marc Vallée (Big Little Lies). Por su descomunal interpretación de mujer herida, obsesionada con las palabras, llena de culpa y de abandono. Queremos más por sus otros personajes femeninos -Patricia Clarkson, Eliza Scanlen, Elizabeth Perkins-, ejes, voces del relato -la propia Flynn reconoció que su intención había sido escribir «sobre la rabia y la violencia femeninas», también sobre la «violencia entre generaciones»-. Por esos vínculos familiares tan fornidos, tan enclenques a la vez. Porque el chisme nos estimula, y aquí lo que importa es lo que se dice, no la verdad. Por la música. Y porque hay belleza también en la oscuridad.

Pero no. En realidad, no queremos más. No queremos ni oír hablar de una improbable segunda entrega -Adams ya avisó de que no tiene intención de volver a ponerse en la piel de Camille: «No quiero vivir en ese personaje otra vez»-. Porque el trabajo está hecho (vaya escena postcréditos), porque del mismo modo que hay cosas que no hay que decir -las sabemos-, tampoco es necesario que nos estropeen lo imaginado mostrándonoslo en imágenes. Y porque -quién no lo sabe- al lugar donde has sido feliz, no regreses jamás.