«Avatar: la leyenda de Aang», un épico y violento elogio de la amistad en imagen real

Borja Crespo MADRID / COLPISA

PLATA O PLOMO

La lucha entre el bien y el mal vertebra una aventura plagada de efectos visuales en la nueva adaptación

14 mar 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

El cómic es un caldo de cultivo excepcional hoy en el medio audiovisual. El manga, si nos centramos en el prolífico mercado asiático, extensible al anime. El auge entre las nuevas generaciones de las series de animación orientales, adaptaciones de las viñetas casi siempre, empuja a algunas plataformas de peso a poner en imagen real títulos populares de la animación. Un fenómeno incontestable como One Piece arrasó en Netflix como live action, y ahora en el mismo catálogo, como cabía esperar, arrasa la versión en carne y hueso de Avatar: la leyenda de Aang, cuya materia prima vio la luz en Nickelodeon en el 2005. Tres temporadas, más de sesenta episodios y algunas producciones derivadas posteriores, entre ellas el intento del cineasta estadounidense de origen indio M. Night Shyamalan (El sexto sentido) de convertir la historia en una película, The Last Airbender, aquí Airbender: El último guerrero. El filme recibió mil y un varapalos. La crítica vapuleó la cinta, aunque funcionó bien en taquilla, impulsada por la moda estereoscópica del momento. Era el 2009 y se llevaba el 3D en las salas, ¿alguien se acuerda?

Con Airbender: El último guerrero el inquieto Shyamalan quiso ir más allá y crear un filme espectáculo grandilocuente para epatar al gran público. Ardua tarea, dado que la narración debe rendirse ante el inevitable alarde de efectos especiales. «Ha sido muy revelador e instructivo para mí hacer algo a esta escala, intentando mantener a la vez un nivel de perfección», subrayaba en su lanzamiento el director de la genial El protegido. «En el rodaje estaba muerto de miedo. Podía ser muy abrumador y había muchas incógnitas. Esta película es dos veces y media mayor que cualquier cosa que hiciera antes», dijo.

Aire, Agua, Tierra y Fuego son cuatro naciones enlazadas por el destino. Cuando la nación del Fuego declara la guerra a las demás, la destrucción se apodera de todo. Aparece en escena el Avatar, un niño de doce años de cráneo rapado capaz de manipular los cuatro elementos, el principio de una batalla sin cuartel que decidirá el futuro del mundo.

Acción, aventuras y fantasía desbocada es lo que propone esta ficción, un festival de peleas en las alturas, intercambio de mamporros, espadazos y flujos de energías letales. El bien y el mal de nuevo enfrentados en beneficio del entretenimiento. Avatar: la leyenda de Aang, la nueva adaptación a imagen real, es un elogio de la amistad en ocho capítulos que van de menos a más, a medida que conocemos los peculiares personajes que se unen al protagonista, un chaval inocente en cuyas manos está la salvación de sus semejantes.

Ingenuidad irritante

La ingenuidad del personaje central resulta irritante por momentos. Por fortuna, cambia según aprende a utilizar sus poderes y se relaciona con sus compañeros de viaje. Cada episodio es una parada en el camino: culminar una misión y conocer a nuevos aliados mientras el enemigo acecha con aviesas intenciones. Los roles cambian ligeramente respecto a la serie de animación. Se han sintetizado, quizá con la intención de llegar a una mayor audiencia, aunque el empaque se muestra pretendidamente adulto. Se ha oscurecido estéticamente y denuncia con cierta visceralidad el horror de la guerra. Pero las confrontaciones buscan una violencia coreografiada que rehúye mostrar la sangre. La serie consiguió más de 20 millones de visualizaciones en su estreno -One Piece, superior en su resultado, arrancó con una cifra menor-, aunque en España no tardó en ser desbancada del primer puesto por, atención, la tercera temporada de un producto nacional, Entrevías.

Gordon Cormier (The Stand), Kiawentiio (Anne with an E), Ian Ousley (Psysichal) y Dallas Liu (Shang-Chi y la leyenda de los diez anillos) protagonizan un proyecto supervisado inicialmente por los creadores originales de la serie de animación —que no es anime, ojo—, Michael Dante DiMartino y Bryan Konietzko, que cedieron el testigo a Albert Kim por desavenencias con Netflix. Las críticas no han sido entusiastas, pero tampoco destructivas. Algo normal es estos productos esparcimiento que no acaban de aprovechar los recursos del material original, condensado en menos metraje. Algo que no ha evitado la inclusión de nuevos personajes con un casting diverso. La sensación final es que han exprimido las ideas originales con menos imaginación de la esperada, cumpliendo con el expediente.