«Fantasmas», dardos contra la hipocresía en Max

Carlos G. Fernández MADRID / COLPISA

PLATA O PLOMO

Warner Bros. Discovery | EFE

Julio Torres, humorista de la cantera de «Saturday Night Live», alumbra una serie veloz y dispersa en Max, en línea con los tiempos que corren

12 ago 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

El guionista Julio Torres tiene 37 años, pero acaba de labrarse una serie digna de lo más joven de la generación Z: Fantasmas (Max). La han llamado comedia surrealista, y, aunque indudablemente tiene conexiones con aquella vanguardia, se acerca mucho más a la dispersión actual de la atención y los actuales debates velocísimos de las redes. Lo primero: ¿de dónde sale este tipo? Lo más importante, que de entrada es la mejor carta de presentación, es que viene de la cantera de Saturday Night Live (SNL), el veterano programa de sketches en directo de la NBC.

Su proyecto de serie anterior, Los Espookys, tiene mucho que ver con Fantasmas, aunque menos personalista y más centrada en la comedia-terror (se puede decir que más centrada en general). Aquí le apadrinaba nada más y nada menos que Fred Armisen, otro de los genios totales de SNL, que después persiguió proyectos más pequeños pero muy bien valorados, como Portlandia. Las dos series combinan el inglés y el español, aunque en proporciones diferentes.

El protagonista de Fantasmas, que se llama Julio también, es un joven especial, porque de pequeño le alcanzó un rayo mientras hacía sus necesidades en la jungla. A medio camino de ser una celebrity y un bicho raro, tiene que buscarse la vida en una sociedad distópica que solo comparte con la nuestra las estupideces que nos hacen hacer las redes sociales. Convive con un robot y tiene una representante absolutamente icónica: ambos intentan que sea productivo, que atienda las cartas de desahucio, y que obtenga el documento que todos tienen que tener, la proof of existence, un carnet de identidad que se usa de manera bastante metafórica.

Julio tiene bastantes disociaciones de la realidad -que son las que le hacen especial- y la serie aprovecha para rellenarse de sketches, podría decirse surrealistas, para probarlo. Así que en todos los episodios tendremos casi la mitad del metraje de historias paralelas que en nada afectan a la trama principal, con secundarios que lo hacen todo muy bien (algunas gratas sorpresas, como Alexa Demie o Emma Stone, que es coproductora), con decorados alucinantes y que no se preocupan por cuarta pared alguna, pero un poco faltos de sentido. Ahí es donde la herencia de SNL se hace súper palpable, aunque pasada por un velo de colores fluorescentes y manifiesta irrealidad.

Un pendiente

El elemento aleatorio que se elige para hacer avanzar la historia es un pendiente. Una joya en forma de ostra que Julio pierde en cuanto la consigue. Disperso, asocia esa pérdida con todos sus problemas, así que tendrá que encontrarla y poner esa búsqueda por encima de todo lo demás. Haciéndose el loco frente a todas las otras cosas que debe hacer, en el fondo representa a la sociedad de la serie: todo el mundo habla mucho y nadie escucha nada. Las conversaciones son unidireccionales e interesadas salvo en contadas ocasiones. Tampoco algo tan distinto a lo que pasa en internet.

Torres, aparentemente centrado en sus problemas, va soltando dardo tras dardo contra las hipocresías que nos dominan. Paso a paso, tendrá que hacer trabajos más absurdos y denigrantes con tal de resistirse a hacer la proof of existence, pues le parece un sistema hipervigilante y discriminatorio. Por ejemplo, un anuncio de una tarjeta de crédito en la que se explota sin cortapisas que es queer y latino y al que acaba accediendo mientras demuelen su casa.

La sensación de irrealidad de toda la serie, muy teatral explícitamente, hace que el visionado no aburra pero que en general no pongamos mucho de nuestra parte para entrar a que los personajes o sus problemas nos emocionen de verdad. Demasiado absurdo a veces, pero casi nunca predecible: es muy veloz y ninguna contestación es la que esperarías.

Todo el mundo es apático en la serie y eso es valioso y acertado, pero al otro lado de la pantalla acaba por dejarnos un poco indiferentes que nada importe. Como en El show de Vince Staples, las series que hace la juventud nos están diciendo que ya no representan la energía, la emoción y el riesgo, sino una abulia generalizada a nivel planetario. Tanto realismo de fondo... asusta.