«Habendo hospitais, ¿para qué ten que haber medo?». Eso se pregunta Chalé. Tiene motivos para administrarse valor por vía bucal. Va a tirarse en troncomóvil, a una media de 60 por hora, por una cuesta que en coche se baja a 50, y frenando, en sus tramos más potables. Chalé irá a bordo de un vehículo artesanal de 200 kilos de peso. Un bólido hecho «con pezas collidas aquí e alá» hasta sumar 3.000 euros. Descenderá a bordo de una carrilana de la escudería A Jatillo Team, de Coristanco. Eso, lo de la caída libre, será a las ocho de la tarde. Ahora son las dos y Chalé, ayudado por otras diez manos, acaba de bajar su troncomóvil del coche con remolque que le ha llevado hasta la línea de salida. Hace dos años que ingresó en «a nosa Fórmula 1»: «Engancha. É como ir nun coche a 180». Le ha ido bien. En el 2002 ganó en Arteixo y en Valdoviño. Pero esto es Esteiro, el Montecarlo de las carrilanas, «o circuito con máis tradición». Ni un duro en premios: Esteiro sólo reparte prestigio. El año pasado, fue undécimo. Hoy la cosa pinta mejor: saldrá octavo tras los 2 minutos y 17 segundos que marcó en la pole del sábado. A la hora de la siesta, sube el público a buscar plaza a la vera de las mejores curvas. La gente de Esteiro, hospitalaria, abre sus balcones, situados a pie de pista, a familiares, conocidos y desconocidos, como es el caso de este cronista okupa, al que Paco O Becerreiro y familia ceden una habitación para teclear estas impresiones y le preguntan si quiere comer algo, que es lo primero que se pregunta en Galicia cuando alguien cruza una puerta. Sube también Chalé, con una mano en el casco y otra en los dedos de su novia. La salida queda allá arriba, 2,8 kilómetros más cerca de las nubes. Preparados, listos, ya. Ahí vienen los bólidos, se deduce del griterío que baja en cascada por la cuesta. Llegan ghastando pista, que es algo que se hace en las discotecas. Y, como en las discos, en las carrilanas de Esteiro hay sesión infantil. Los críos se lanzan primero. Después bajan los vehículos de exhibición. Causa asombro una bici para dos. Y, por fin, llegan las balas. Visto y no visto. La sensación recuerda a la que dejaban esos combates que Mike Tyson liquidaba en el primer asalto. Las carrilanas aportan emoción concentrada. Dos horas de espera para degustar dos minutos de espectáculo. Pero cunde. Están locos estos pilotos. El que pasa primero, Alex, deja una estela de asombro: «Va a biometano», ironiza un espectador. No hay noticias, por ahora, de Chalé y Puntón, su copiloto. Pasa el coche-escoba y sigue sin haberlas. Así de malas, mejor que no llegasen nunca: Chalé iba de tercero cuando se ha visto envuelto en un choque múltiple. «Había unha nena, de 14 o 15 anos...». La ha atropellado. «Merda, coido que algo lle fixen nas costelas. ¿Ti sabes cómo está?», pregunta, inquieto, al periodista. Sí, está en el centro médico. «Uff, menos mal, creín que a desfixera», responde.