Al menos una vez cada lustro, Vigo disfruta de una cita náutica de carácter masivo y contagioso. En 1998, la Cutty Sark ; en el 2005, la Volvo Ocean Race, y en el 2009, el Desafío Atlántico de Grandes Veleros, que ayer izó velas para iniciar una dura competición oceánica dando la salida a la altura de las islas Cíes. Pero antes de la cita deportiva, hubo tiempo para el encuentro lúdico.
A lo largo de cuatro días, miles de vigueses y visitantes, que la organización cifró en más de 400.000 personas, no quisieron perderse la cita con una regata que tiene más de encuentro social que de reto deportivo. La ciudad se convirtió en embajadora de algunos de los veleros más importantes del mundo y desde el jueves disfrutaron de joyas marinas que se podían visitar no sin antes guardar largas colas, sobre todo ante el velero más impresionante, el ruso Kruzensthern , que ganaba por goleada a los demás en presencia y belleza, con sus 113 metros de eslora.
Aun así, se sintió cierta sensación de decepción. Sobre todo la sintieron los que vivieron la Cutty Sark en el 98 y constataron que el Desafío Atlántico Vigo 09 fue una versión reducida, menos ambiciosa, menos espectacular y más desorganizada que la grandiosa regata que, once años después, aún recuerdan los vigueses y sobre todo, los comerciantes y hosteleros, que hicieron su agosto en aquel agosto del 98.
Día brillante
Pero no vino mal en medio de la crisis un aliciente como este, que animó al público a salir de sus casas. Ayer fue el día grande, el de la salida de la Tall Ships Race, y la ciudad se volcó bajo un sol reluciente en el seguimiento de la parada naval que salió a media mañana desde el muelle de trasatlánticos.
Tras soltar amarras encabezaba la caravana el navío de la Armada rusa y a continuación los franceses Belle Poule y Etoile , a los que seguían el Tecla , Urania , Spirit of Bermuda y el resto de la flota integrada por 24 naves a la que se le fueron sumando todo tipo de embarcaciones (sobre todo de recreo, pero también de pesca, lanchas neumáticas y hasta alguna moto de agua), hasta formar una marina que superaba las dos centenas de barcos jaleándolos a bocinazos. La parada naval desfiló primero hacia el interior de la ría para dar la vuelta al llegar a la altura del monte de A Guía, casi rozando el puente de Rande, y desde allí enfilar hacia las Cíes.