La vida desde los ojos

Sara Carreira Piñeiro
Sara Carreira REDACCIÓN/LA VOZ.

SOCIEDAD

CÉSAR DELGADO

Eloy Gómez lleva 16 años cautivo de su cuerpo, solo mueve los párpados. Internet y la fuerza de sus amigos le permiten disfrutar al máximo de cada segundo

29 jul 2019 . Actualizado a las 11:23 h.

La historia de Eloy bien podría ser una película, un drama sobre una vida perfecta que se viene abajo en un instante, pero él ha elegido que sea la historia de cómo la amistad ayuda a una persona a superar momentos insufribles.

Hace 16 años, cuando se encontraba de viaje en Sevilla, Eloy Gómez Taboada, un joyero vecino de Bergondo, sufrió un accidente cerebrovascular que le dañó el tronco cerebral y le provocó un síndrome tan raro como grave: el del cautiverio, es decir, una parálisis física que le impide hablar o moverse, pero que no le ha restado conciencia; eso sí, limita a lo mínimo -en su caso, mover los ojos- la capacidad para comunicarse con los demás.

Él, que viajaba por media España en un todoterreno último modelo, que lucía una coqueta melena canosa y una sonrisa de anuncio, que era el más divertido -con permiso de su amigo Pepe- a la hora de contar chistes, se vio encerrado en un cuerpo inerte y sin futuro. El primer año, que pasó en el hospital de A Coruña, fue muy duro, porque no quiso recibir a nadie, que sus amigos le viesen así y se sintiesen obligados a visitarlo; los rechazó, hundiéndose en una depresión.

Con la salida del hospital las cosas no mejoraron. Descubrió las complicaciones económicas, organizativas, legales, familiares y sociales que conllevaba su condición. Fueron años durísimos, muy tristes, que dejaron una profunda huella en el más sociable de los hombres. Sin embargo, incluso en la peor de sus épocas, Eloy siempre tuvo claro que quería vivir, luchar. Y fue dejando un sitio para quienes estaban cerca de él y le querían. Así, cada uno fue echándole una mano en lo que podía, ayudándole con complicados aspectos legales, asesorándole en las inversiones o simplemente charlando con él. Porque Eloy siempre ha podido comunicarse a pesar de sus carencias: con un cartón donde está el alfabeto -como un teclado- él parpadea mientras su interlocutor señala cada letra. Es un sistema lento pero eficaz, aunque desde hace unos años lo ha sustituido por un ordenador y un software adaptado a sus ojos.

Ahora chatea a diario con sus amigos, e incluso, gracias a un altavoz del propio programa, habla con ellos. Y lo usa para responder a la pregunta de cuál es el secreto de su felicidad: «Los amigos de verdad, que son pocos», puntualiza.