Las bodas gais revelan los miedos ocultos de la sociedad francesa

Martine Nouaille PARÍS / AFP

SOCIEDAD

La ley que regula las uniones se aprueba hoy en medio de gran tensión

23 abr 2013 . Actualizado a las 17:26 h.

El matrimonio homosexual, ya adoptado en varios países de tradición católica como España, ha generado en Francia, país declaradamente laico, un sorprendente psicodrama que los analistas explican por la actual coyuntura política y social. La ley está previsto que se adopte definitivamente hoy, después de meses plagados de incidentes: parlamentarios que amenazan con llegar a las manos, protestas que derivan en enfrentamientos con la policía, escraches de defensores del matrimonio homosexual y recrudecimiento de agresiones homófobas.

Ayer mismo, el presidente de la Asamblea francesa, Claude Bartolone, recibió una carta llena de pólvora y con amenazas para que vote en contra de la ley. «Nuestros métodos son más radicales (...) que los de las manifestaciones», reza el escrito, firmado por Interacción de las fuerzas del orden. La fiscalía ha abierto una investigación al respecto.

Para numerosos analistas, la acrimonia del debate ha evidenciado que una gran parte de la opinión pública de la República Francesa sigue siendo fuertemente conservadora y católica. Las divisiones siguen claras líneas políticas, y la derecha ha cerrado filas contra esta reforma impulsada por el Gobierno del presidente socialista François Hollande.

Las canciones maoríes y las risas de los parlamentarios que la semana pasada saludaron la legalización de las bodas gay en Nueva Zelanda contrastan con la crispación de los galos. Una reacción que sorprende en un país donde la vida privada, incluso la de los políticos, se considera tradicionalmente como un mundo totalmente compartimentado, en contraposición con el código puritano de países como Estados Unidos.

Desde hace meses, el texto que permitirá a las personas del mismo sexo casarse y adoptar hijos ha hecho salir a la calle a centenares de miles de personas, galvanizadas por la derecha y por la Iglesia católica, que se han lanzado en cruzada contra ese proyecto.

La masiva marcha del domingo pasado aglutinó a un amplio abanico sectores conservadores, desde simpatizantes de centroderecha hasta monárquicos, pasando por curas tradicionalistas, miembros del Frente Nacional y exmilitares. En las protestas de la semana pasada participaron también grupúsculos neonazis, que protagonizaron incidentes violentos.

Tras refrendar la ley, Francia se convertirá en el decimocuarto país donde los homosexuales tienen derecho a casarse, pero los detractores de la legislación ya advirtieron que las protestas y movilizaciones continuarán.

La derecha aprovecha las manifestaciones para intentar debilitar aún más a Hollande, cuya popularidad se ha desplomado, en un contexto de profunda crisis económica y social. «Esta es la primera vez que el electorado de derecha tiene la oportunidad de expresar su oposición a Hollande y al gobierno de Jean-Marc Ayrault (primer ministro)», afirma el analista político Jean-Yves Camus.

Después de la derrota del conservador Nicolás Sarkozy, que fracasó en mayo pasado en su tentativa de reelección, la derecha quedó hecha trizas, recuerda Camus.

Herencia del pasado

El tema de las bodas gay y de la adopción por parejas homosexuales ha despertado además «la herencia de un pasado que todavía provoca pasiones, más de dos siglos después de la proclamación de la primera República», explica Camus, recordando que la separación entre Iglesia y Estado «costó sangre», y que esa tensión persiste.

El sociólogo Robert Rochefort enfatiza que la tempestad provocada por el proyecto de la ley revela que la sociedad francesa se siente insegura. «Creo que el matrimonio homosexual va en el sentido de la historia y va a ser aceptado en todos los países occidentales, pero la sociedad francesa está erosionada por sus propios miedos», dijo.

La cuestión de la identidad nacional estuvo en el centro del mandato de Sarkozy y de su fallida campaña electoral y la extrema derecha espera que el debate actual vuelva a encenderlo, señalan los politólogos.

Los debates fueron menos feroces en otras democracias con tradiciones laicas en apariencia menos afianzadas, pese a la férrea oposición de la Iglesia. Y allí donde la ley se aprobó, la polémica fue perdiendo filo.