Galicia vive su fiebre retro

Javier Becerra
Javier Becerra A CORUÑA / LA VOZ

SOCIEDAD

ANGEL MANSO

La nostagia se impone como tendencia y cala de tal modo que se plantea si no hay más futuro que revisar el pasado eternamente

26 may 2013 . Actualizado a las 18:58 h.

No hay más que abrir los ojos. Sí, también en Galicia. En los supermercados se vende el tambor de Colón tal y como era en los ochenta. En las ópticas, las Ray-ban Wayfarer, con diseño original del 53, pero con sus días de gloria en los sesenta. En las tiendas de discos, reediciones de los vinilos que hicieron a The Who grandes en los setenta. Los trajes de Massimo Dutti evocan poderosamente a los de esos cincuenta que Mad Men resucitaron y lo de abrir un local de hostelería con mobiliario de aspecto antiguo está a la orden del día.

En A Coruña incluso hay un 50's diner [restaurante americano de hamburguesas y batidos] como el que se podían ver en Regreso al Futuro. También una barbería con masaje de toallas calientes y corte a navaja. En Pontevedra y Santiago florecen las tiendas de ropa vintage, decoradas con el mismo papel que se podía ver en la casa de los Alcántara. Y en la calle no resulta nada raro ver muchachas con zapatos Oxford o chicos conduciendo ese Fiat 500 que retrotrae a los días de la Dolce Vita. Incluso La Voz de Galicia a principios de año promocionaba una colección de latas históricas del Colacao, Gallina Blanca o Pan Bimbo.

¿Qué está pasando aquí? ¿Se ha vuelto esta generación un anacronismo ambulante? ¿Ha llegado quizá a un punto en el que no se puede mirar al futuro? ¿La nostalgia de un tiempo mejor que cambia, con ironía, de década en década cada temporada ha paralizado el fluir de la sociedad? Las preguntas están ahí. Y las respuestas son múltiples. «Esto peta en cualquier momento, no hay esperanza. Por eso la gente mira hacia un mundo mejor, el pasado», reflexiona Néstor Nantes. «Hemos llegado a un punto en el que todo está inventado. Ahora toca seleccionar lo mejor», sostiene Inés Santalla. «La moda es cíclica, siempre se está volviendo a épocas anteriores para rescatar cosas», cree Lorena González. «Estamos en crisis y muchos van a buscar su inspiración al período de Entreguerras y la Gran Depresión, que tiene muchas similitudes con lo actual», reflexiona Carla de Figueredo.

Los cuatro han llevado un poco más allá eso que los sociólogos americanos han bautizado como newstalgia. Su devoción por décadas pretéritas forma parte de su día a día. Ellos pueden explicar mejor que nadie qué emociones sacuden a una persona cuando contacta con algo llegado de ese pasado idealizado y, generalmente, no vivido. «Cuando encuentras una prenda con la etiqueta Made In England te entra un subidón tremendo», confiesa Inés Santalla, una enamorada de la ropa original de los setenta y los ochenta. Eso se denomina vintage. «Se hacían unos vestidos fantásticos, con cortes rectos y líneas sencillas», explica esta ferrolana que, en alguna ocasión, ha sido objeto de bromas por ello. «Tengo uno de los setenta con una lazada en el cuello y que me llega hasta la pantorrilla. Cuando me lo pongo me dicen ?Ahí viene Mary Poppins?», se ríe.

Su pareja, Tomás Romero, no se muestra tan purista en ese sentido. «Yo uso ropa Merc, de aire sesentero y cosas así. Me da igual que sean originales». Nos encontramos aquí ante la otra cara de la moneda, lo retro: objetos creados en el momento actual, pero inspirados en el pasado. Los dos palabros, semiocultos hace un par de décadas, dominan desde hace un lustro el mundo de las tendencias. De hecho, hay quien emplea la contracción retro-cool-vintage para dar el visto bueno a una prenda, mueble u objeto cualquiera que goce de esa conexión. Todo ello fotografiado vía Iphone con la aplicación Instagram (la que da aspecto de Polaroid a la fotografía) y colgado de inmediato en el Facebook para que los amigos lo refrenden con sus Me gusta.

Internet, aliado clave

Sí, aunque resulte paradójico el mayor avance de los últimos tiempos, Internet, es uno de los grandes causantes de esta fiebre retro-vintage. «Ahora te puedes encontrar de todo, solo necesitas el dinero», apunta Néstor Nantes, toda una institución en el ambiente mod gallego. Reputado discjockey, en las fiestas sixties pincha solo singles de vinilo originales, jamás reediciones. «Si lo puedo evitar, el cedé ni olerlo», señala. Una buena parte de su colección la logró buceando la Red. Pero también mil y un cachivaches de su era favorita, los sesenta. «Soy coleccionista de todo lo que tenga que ver con esa época. Discos, relojes, mobiliario, ropa? Mis objetos más valiosos son unos sofás del 65 diseñados por Olivier Mourge, los Djim. Son los rojos que salen en la película 2001 Odisea en el espacio».

Ya han pasado años desde que Néstor se paseaba por Marín arqueando cejas. «Era el rarito -recuerda-. Iba con mis hipsters [pantalones de cintura baja usados por los mods] de Príncipe de Gales y eran las risas. Pero yo me sentía muy orgulloso. No quería ser como los demás». Poco o nada ha cambiado. «¿Cuánta gente de 25 años se hace la ropa en el sastre?», pregunta. Y se contesta él solito: «Poquísimos. Hacerte unos pantalones a medida con la tela que tú quieras cuesta más barato que unos Levi's». Definitivamente, se trata de una mentalidad de otro tiempo, alejada de la ropa low-cost de usar hoy y tirar mañana.

¿Adónde iría de tener una máquina del tiempo? «Musicalmente, lo mejor sería Inglaterra a medianos de los sesenta, en 1965 o 1966. Decorativamente, sin embargo, me tiran más los últimos años de la década y los primeros setenta, con el apogeo de la Space Age». Se refiere al diseño que se creó en paralelo a la carrera espacial, preñado de futurismo y espectacularidad. Curiosamente, en los noventa su revisión dio paso a género tan contradictorio como el retrofuturismo. Es decir, acudir al pasado para poder volver a mirar al futuro con los mismos ojos de ilusión que entonces. Y en esas estamos desde entonces. En los sesenta se encuentran los grandes destinos de esas miradas retrospectivas. Desde la era pop londinense a la eclosión hippie de San Francisco, pasando por el Mayo francés las diferentes estéticas generadas en ese período han sido explotadas con fruición, tanto por las subculturas alternativas como por la industria mainstream. Sin embargo, desde hace unos años, el retrovisor ha querido mirar más atrás. «Los cincuenta es mi época favorita», afirma Lorena González. Lo argumenta con una palabra: feminidad. «Yo soy una chica con curvas y toda la ropa de los cuarenta hasta los primeros sesenta favorecía eso».

A la cita de Extra se presenta con un vestido de lunares totalmente retro de Hell Bunny, un bolso de época, un imponente anillo de amatista y un Seat 600. «Lo he heredado de mi padre. Como se puede ver, lo de recuperar cosas antiguas me viene de familia».

El planteamiento vital de Lorena resulta, cuando menos, curioso. «Me gustaría vivir la época posterior a la Segunda Guerra Mundial. Tengo muchas amigas feministas que quieren reivindicar sus derechos aproximándose al hombre. Mi feminismo es todo lo contrario, en mi caso es de reivindicar totalmente a la mujer y la diferencia». Esas palabras recuerda a lo que proclama uno de los iconos de esa retromodernidad actual, Lana del Rey. «Umm? me gusta algo de su estética, pero no su actitud», opina.

A Carla de Figueredo la delata su flequillo a lo Betti Page. Se le nota. Le tira la inocente sensualidad y la picardía de las pin-ups. Pero también las femme fatales del Hollywood clásico, como Marlene Dietrich o Barbara Stanwyck. «Me gusta el cabaré, el burlesque y, en general, la imagen de los cuarenta y cincuenta», señala esta coruñesa que, junto a su hermana Alba, juega a buscar su propia personalidad entre todas esas referencias. Detesta que la industria vacíe de significado prendas tremendamente importantes para ella. «Mi primera bandana la tuve que encontrar rebuscando en un rastrillo de Italia y ahora las hay en todas partes. Llevar una bandana indica que estás a favor de la clase obrera, porque era lo que usaban las mujeres en las fábricas y ahora eso pierde su sentido».

En su casa se suceden las anclas, las mantas de piel de leopardo y las cortinas rojas. Ello se traduce en su indumentaria de gala. «Para actuar o salir un sábado me pongo una falda tubo, medias con ligueros y tacones altos». Ese es el modo de teletransportarse a su destino soñado: «En lo cuarenta o los cincuenta, en alguna ciudad americana o francesa, no estaría nada mal», concluye suspirando.