Sálvora, diente suelto de Arousa

Nacho Mirás Fole

SOCIEDAD

Nacho Mirás

Naturaleza, leyendas y una gran historia a tres millas de la costa de Aguiño

09 ago 2013 . Actualizado a las 15:04 h.

Cuentan que cuando el último habitante de Sálvora se mudó al continente, en 1972, cerró la puerta y dejó tras de sí un poblado de ocho casas en el que las camas quedaban hechas y las ollas sobre los fogones de las cocinas, como si lo que fue un adiós definitivo fuese un breve hasta luego.

Cuarenta años después es posible volver a ese diente suelto de casi dos kilómetros cuadrados que corona la bocana de la ría de Arousa. Por 25 euros, Álex y José Manuel Oujo, a los mandos de la empresa Mar de Aguiño, te llevan a Sálvora volando sobre el mar. Y es increíble la cantidad de naturaleza, de secretos, leyendas e historias que atesora, a siete minutos de vuelo raso, este paraíso que se encuentra a solo tres millas de Aguiño.

Ironías, en Sálvora, que fue durante años propiedad privada, hoy manda la naturaleza. Y de eso se asegura el Parque Nacional Marítimo-Terrestre das Illas Atlánticas y vigilantes como Roberto Castiñeira, que tiene mirada panorámica. La huella de la humanidad anterior se conserva en las ruinas de la vieja aldea -visitable con guía autorizado-; en la linterna del faro que gobierna Carmen Carracedo; o en esa otra realidad adobada que es la leyenda, y que te asalta nada más desembarcar. Pero, sobre todo, en el recuerdo de un suceso terrible que superó a la ficción a las dos menos diez de la madrugada del 2 de enero de 1921, cuando el vapor correo Santa Isabel, que cubría la ruta entre Bilbao y Cádiz, se rindió a la Pedra de Lapegar, abrió sus tripas y estampó contra las rocas un saldo negativo de 213 vidas.

Como ha vuelto a ocurrir en tierra, aquella tragedia sacó también lo mejor de las gentes de Sálvora, un espíritu heroico que se encarnó, sobre todo, en tres mujeres de la aldea que consiguieron rescatar a 56 supervivientes después de remar en lanchas desde la Praia dos Bois, en la otra punta de la isla. Alguien se empeñó en llamarle a aquello El Titanic de Sálvora y, en cierto modo, lo fue. Desde el faro, con un fondo de gaviotas lloronas, uno se imagina el esfuerzo sobrehumano de Cipriana Oujo, Josefa Parada y María Fernández, que solo tenía catorce años, pescando almas y convirtiéndose por ello en las heroínas que jamás hubieran querido ser. Paradójicamente, Sálvora desborda tanta vida que beber el agua fresca que mana de la fuente de Santa Catalina ya compensa el viaje. Y quién sabe: siempre cabe la posibilidad de encontrarse con el espíritu de Mariña, la sirena que enamoró al caballero don Froilaz.

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