El relámpago de Bergoglio

Javier Armesto Andrés
Javier Armesto UN AÑO DEL PAPA FRANCISCO

SOCIEDAD

Un grafiti presenta al papa Francisco como un supehéroe en una calle cercana al Vaticano.
Un grafiti presenta al papa Francisco como un supehéroe en una calle cercana al Vaticano. a. bianchi < / span>reuters< / span>

09 mar 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

Un relámpago en un cielo claro» fue la expresión utilizada por C.S. Lewis para definir El Señor de los Anillos tras su publicación, debido a las cualidades innovadoras y rompedoras de la obra de Tolkien. Como el autor británico, también el papa Francisco se ha desmarcado de la deriva que estaba sufriendo la Iglesia y su frenética actividad en los albores de su pontificado demuestra que ese rayo que cayó sobre la cúpula de San Pedro el día que Ratzinger anunció su renuncia era un aviso de lo que estaba por llegar.

El primer año de Bergoglio en el Vaticano ha cundido más que los ocho anteriores de Benedicto XVI, e incluso que los 27 de Juan Pablo II, aun a riesgo de que se escandalicen los afines a este futuro santo -será canonizado el próximo mes de abril- que se dedicó a hacer kilómetros, fustigar el comunismo y ahogar cualquier intento de aperturismo en la Iglesia (la Teología de la Liberación). El resultado de la acción de Wojtyla y de su número dos -gran teólogo, pero nulo como hombre de acción- fue el mayor desprestigio de la religión católica en siglos, como lo demuestra la creciente secularización.

Francisco ha emprendido una radical reforma del establishment vaticano, que se ha plasmado en el nombramiento de una comisión de ocho cardenales encargados de cambiar la estructura de la curia; y en la creación de una secretaría de economía para vigilar las finanzas de un Estado que actuaba en lo económico con una opacidad propia de sociedades secretas de dudosa legalidad. También ha abierto el colegio cardenalicio al Tercer Mundo, de donde proceden gran parte de los 19 nuevos purpurados que recibieron el capelo encarnado el pasado 22 de febrero.

En el ámbito de la lucha contra la pederastia, el papa argentino recibió el golpe más duro con el informe de la ONU que acusaba al Vaticano de poner a los menores en «alto riesgo de abuso sexual» y le conminaba a entregar a los culpables. Francisco respondió que «nadie combate la pederastia como la Iglesia» y quizá haya sido unas de las pocas ocasiones en las que no ha estado acertado, teniendo en cuenta la laxitud con que se conducen muchas autoridades eclesiásticas -incluso en Roma- respecto a esta lacra.

Bergoglio combina la delicada fontanería vaticana con el cultivo de una personalidad cercana y arrolladora que no deja de sorprender. Admite que «todos, también yo, experimentamos dudas en el camino de la fe», cuenta anécdotas de su etapa argentina, como la novia que tuvo a los 17 años o la cruz que le birló al cadáver de un cura, y no duda en llamar a un convento y dejar un mensaje en el contestador: «Qué estarán haciendo las monjas que no pueden atender...». Es esa faceta la que humaniza su figura y hace más amable la cara del catolicismo. Porque en lo otro -léase aborto, matrimonio gay o sacerdocio femenino-, la Iglesia es lo que es, un club que tiene sus reglas y, si no, no sería la Iglesia.