Los expertos equiparan Internet a revoluciones anteriores que han mudado el rumbo de la humanidad. Vivimos enganchados a la hiperconexión, que nos ha trastocado el cerebro
14 abr 2014 . Actualizado a las 17:38 h.Ves el doble check. Pasan los minutos. Sudores fríos. No hay respuesta. La adrenalina sube. ¿Por qué, por qué , por qué? ¿Por qué no me contesta? Es el siglo XXI. Bienvenidos a la vida instantánea. Las nuevas tecnologías han irrumpido en nuestro día a día. ¿Y en nuestra mente? Por supuesto. Ahora lo queremos todo, y lo queremos ya. Que si WhatsApp, Instagram, Facebook, Twitter, Thumblr, Tuenti, Flickr, Pinterest... La conexión 24 horas ha producido un cambio importante. Lo explica claramente el profesor de la Universidad Pompeu Fabra Daniel Cassany. «Antes éramos más individualistas y competitivos». El desembarco de las redes sociales nos ha hecho ?colaborativos?. Trabajamos en red 24/7. Es decir, 24 horas. Siete días a la semana.
Que nos lo digan a los periodistas. Nuestra labor se ha convertido en una continua dependencia de las nuevas tecnologías. Google es nuestro dios y Whatsapp su profeta. Las noticias viajan mejor y más rápido. Y de noticias nos nutrimos los que trabajamos en los medios, pero también el resto de la sociedad. Primera ventaja de las redes sociales: permiten una comunicación fluida. Y gratuita. Puedes avisar en cualquier momento de que llegas tarde, o dar el recado de que compren leche en el súper, que se acaba de terminar. Ya no hay sesiones de tortura con las fotos de las últimas vacaciones de tus cuñados: se hacen selfies hasta en la Cochinchina, los cuelgan en Instagram y los olvidan. Más información, más volátil. Siguiente asunto. Ni siquiera hay que esperar la hora que hasta no hace mucho pregonaban como el súmum de la instantaneidad las tiendas de fotografía. Aquí ya poco se revela, el sumario de la Pokémon y no mucho más. Los más jóvenes ya ni siquiera conciben el concepto carrete, un vestigio con el que iPhone todavía nombra la galería de fotos donde se acumulan nuestros recuerdos. Un toque de nostalgia en un mundo dominado por la electrónica.
Así que como hay móvil y posibilidad de enviar mensajes ilimitados y gratuitos en infinitas plataformas que van naciendo y agonizando día tras día -la última es la guerra abierta entre Telegram y WhatsApp. El ruso le ha plantado cara a los verdes, pero antes ya había llegado Line, y Facebook compite con su app de mensajería instantánea. Arrinconado y moribundo ha quedado el chat de Blackberry y decenas de aplicaciones de mensajería que simplemente... se han quedado calladas- hay grupos de conversación para todo lo imaginable. Hay grupos de padres del cole, de las actividades extraescolares, del último escándalo amoroso entre los amigos, de la pachanga dominguera del fútbol... De todo. Hasta puedes tener la mala suerte de que los cuñados hagan un grupo para enviar machaconamente las fotos de las vacaciones.
La mensajería instantánea hace que los padres puedan saber en casi todo momento dónde están, con quién y qué hacen sus hijos. WhatsApp es su maná, su paraíso propio. La obsesión paterna por fin puede ser saciada. Y los hijos... los hijos pasan un poco y charlan con los compañeros, hacen planes... y hasta estudian. Sí, estudian. A pesar de que a los mayores les pueda resultar un auténtico shock que los chavales estén con el móvil pegado al libro, es positivo. Se acabaron las collejas por estar todo el día con la maquinita. Los grupos de Whatsapp, ese invento que algunos adoran como si del descubrimiento del fuego se tratase, permiten a los jóvenes resolver dudas mientras se hacen los deberes y hasta pasarse apuntes. El vuelco en el estómago que suponía descubrir después de merendar que te habías olvidado el libro de ejercicios en el pupitre se ha terminado. Para siempre. Que algún compañero mande una foto de los deberes para el día siguiente y listo. Hasta se graban vídeos para repasar las lecciones. Toda una revolución educativa.
Ojo, Daniel Cassany matiza. Está muy bien que las nuevas tecnologías se utilicen como línea de apoyo. Pero no son estudiar. Estudiar sigue siendo enfrentarse a los apuntes en silencio, leer y escribir. Adquirir conocimiento. El papel no ha muerto. Todavía. Porque las nuevas generaciones vienen pisando muy fuerte.
Son los nativos digitales, han nacido con una pantalla táctil bajo el brazo. Tanto, que no son pocas las anécdotas que cuentan los creciditos sobre los superpoderes de los más canijos. Intentan pasar una página de periódico -sí, ese de papel que mancha las manos de tinta, que parece ya solo apto para románticos- deslizando el dedo sobre él. Intentan cambiar de canal... deslizando el dedo sobre la tele. Sorprende, pero es normal. Cassany aclara que los peques son miméticos. Y lo que ven es que el móvil o la tablet son una prolongación de nuestro cuerpo y que solo nos falta freír un huevo con ellos. Lo más sorprendente es que es harto normal, a ojos de los expertos, que los niños sepan escribir en el teclado antes que hacer el trazo en el papel. La revolución ha comenzado. Y es tan importante ?como la invención de la rueda o de la imprenta?. Lo es porque la tecnología cambia la organización de las comunidades y eso lleva a un cambio de la organización social y atención, de nuestras capacidades cognitivas. La vida instantánea ha transformado hasta nuestro cerebro. Lo que contaban esas pelis futuristas de los 80, que narraban que a estas alturas tendríamos un ordenador implantado en la pituitaria, no era tan mentira como pensábamos. Lo que nos ha abducido es el teléfono móvil con conexión a Internet. No está en la pituitaria, pero casi. Lo tenemos pegado a las manos. Tan pegado que no hace mucho se ha diagnosticado el primer caso de whatsappitis: una tendinitis que sufrió una mujer por estar dándole a las teclas seis horas seguidas.
Un barrio llamado mundo
Segunda ventaja: las nuevas tecnologías nos acercan. Nos acercan tanto que dos personas en continentes diferentes, qué digo, en hemisferios distintos, pueden comunicarse todos los días a través de las más variopintas aplicaciones. Así que los traslados o la emigración forzosa en algunos casos son más llevaderos y la morriña, a ratos, se diluye en el código binario. Se hace por Whatsapp. Se hace por Twitter. Se hace por Facebook. Se hace por otro invento revolucionario en este segundo éxodo que estamos viviendo: el Skype. El Skype, que combina llamada y videoconferencia, te permite descubrir que el cuadro cinegético del salón de tus padres sigue en su lugar seis meses después de haberte trasladado a Nueva Zelanda. Siempre es bueno tener un punto de referencia en la vida. El cuadro de los cazadores del salón de tus padres es una opción fantástica. Y a ellos les permite comprobar que has adelgazado y que a saber cómo te estás alimentando por esos mundos. Y decidir que te enviarán un paquete con chorizos y aceite de oliva del bueno, que estás ya medio tísico. Porque la vida instantánea nos ha cambiado el cerebro, pero la naturaleza humana es inmutable y tu madre siempre te verá delgado y mal alimentado. Hasta el fin de los tiempos.
También nos acercan a través de un aviso del Facebook. El pasado llama a las puertas del presente. Resulta que tu compi de mesa del parvulario te ha encontrado y quiere volver a ponerse en contacto contigo. Que esto, claro, es un arma de doble filo. Todos hemos pasado por el éxtasis de Santa Teresa al reencontrarnos con los compinches de bocadillo y juegos en la calle de nuestra tierna infancia, pero también hemos sufrido la Pasión de Cristo al descubrir que había dado con nosotros ese ex novio palizas o la amiga pesada de la que siempre intentábamos huir en las excursiones para no tenerla en el asiento de al lado del autobús. Pero lo duro, duro de verdad, es cuando los padres se hacen un Facebook y te piden amistad. Lo de los mayores y las nuevas tecnologías es casi más interesante que lo de los niños y las nuevas tecnologías. Porque se enfrentan a un universo que choca frontalmente con todo lo que han conocido. Los alumnos del curso de informática para mayores del centro sociocultural de Fontiñas, en Santiago, lo explican muy bien: «É como outro mundo». Todos sobrepasan los 60 y alguno incluso alcanza los 80 años. ¿Para qué han decidido aprender a usar el ordenador? «Para pedir cita no médico» o «para mirar os puntos do carné». O leer el periódico. O ver la predicción del tiempo. Hasta mandar un correo electrónico. Son ellos los que dan sentido al uso diario de las nuevas tecnologías, más allá del Candy Crush y de aplicaciones que nos vamos bajando como locos hasta convertir el smartphone en un auténtico vertedero. Porque de los 30 iconos que acumulamos en la pantalla. ¿Cuántos utilizamos de verdad? Yo confieso que cinco. Tengo Diógenes electrónico.
Hay aplicaciones para todo. Daniel Cassany, que tiene alergia, ha visto el cielo abierto con una que avisa de los niveles de polen. Hay diccionarios. Cámaras panorámicas. Aplicaciones de la lista de la compra. De recetas de cocina. Para hacer ejercicio. Y para fotografiar una prenda de ropa y comprarla en Internet. Lo que decía. Algún día habrá una app que pondrá la pantalla incandescente para freír un huevo.
Y a los valientes mayores, ¿no les habían enseñado en casa? «En casa preguntas y a veces lo hacen ellos y no te explican», aclara Paco, uno de los alumnos de José Luis en Fontiñas. Y su compañero de al lado remacha «ademais, os avogados seguro que mandan aos fillos a escola de avogados, e os xornalistas á escola de xornalistas». Touché.
Los expertos lo tienen claro. Internet es bueno. Aunque el cambio es tan rápido que no sabemos dónde acabaremos. Pero hay que estar preparados.