En el último Zaguán dejábamos a S.M. el Inquilino reflexionando sobre una escena. La del delantero que intentando un remate golpea su cabeza contra la portería, cae al suelo y conmocionado se olvida de quién es. Y al que el entrenador le dice ¡eres Pelé!. Vuelve al juego, marca dos goles y salva la eliminatoria. Dejábamos también al Edecán con un gran mazo de oro entre sus manos. Hoy volvemos a la Zarzuela. Pero ahora lo hacemos sabiendo algo que antes no sabíamos. Y eso que sabemos es la estrategia que desde hacía ya unos días llevaba maquinando el Edecán. Utilizar el gran mazo para producir en la cabeza de los responsables de la Investidura el mismo efecto que el palo de la portería había producido en la cabeza del delantero. Sólo había un gran inconveniente: S.M. el Inquilino no estaba por la labor. La consideraba políticamente incorrecta. El Edecán entendía sus escrúpulos. Desde pequeño, el Inquilino había sido educado para estrechar manos y repartir sonrisas. Para subirse a un tanque, pilotar un avión o convivir en un navío. En escuchar himnos y saludar banderas en posición de firmes. En recibir embajadores y en hablar sin acento en cuatro o cinco idiomas pero, eso sí, sin nunca decir nada especialmente relevante. ¡Y ahora venía el Edecán proponiéndole andar dando garrotazos! El Edecán pensó: ¡éste salió a su madre! Y se atrevió a explicar al Inquilino que para bien o para mal, la política no era ocupación propia de ursulinas. Ni Julio César, ni Mirabeau, ni Napoleón ni Winston Churchill se la cogían con papel de fumar. Y por si las dudas persistían, le lanzó un ultimátum: si mañana mismo no empezamos con el mazo me voy a la empresa privada. El Inquilino pensó: otro que amenaza con la puerta giratoria. Y se dejó ir.
El primero en llegar fue Pedro Sincurrículo, también conocido como Psoefantasías. Aún no había traspasado el primer tramo de la escalera cuando un maledicente murmuró: ?del paro al paro, vean ustedes lo bien que me lo preparo. Quince días Presidente y ya para siempre Ex Presidente?. Ande yo caliente y ríase la gente. Tras los saludos y cortesías de rigor, el Edecán se le acercó discretamente por la espalda. Levantó el mazo cuanto pudo y ¡zas! le arreó con él en la cabeza. Como quien oficia en un bautismo con voz grave y solemne el Inquilino le dijo: tu nombre es Felipe y te apellidas González. Nada más oírlo al Sincurrículo la cara se le puso inteligente y empezó a hablar con deje de Triana. Y desde lo lejos pudo oírse una alegre algarabía: Felipe, capullo, queremos un hijo tuyo.
Luego vino el turno de Alberto Buen Rollito. Alberto, ex Albert, ciudadano ex ciutadan. Emergente ?ma non troppo?. Ni frío ni calor. La mirada haciendo guiños a la izquierda. La cartera bien guardada a la derecha. Con cara de buen chico. El hijo que cualquier madre sensata pero no muy divertida hubiese querido haber tenido. El edecán alzó el mazo y repitió la operación al tiempo que el Inquilino pronunciaba tan sólo dos palabras: Adolfo Suárez. El Ciudadano reaccionó al instante. Agarró un micrófono que había por allí y con gesto solemne proclamó: ?puedo prometer y prometo elevar a capital político lo que ahora sólo es un rumor en la calle?. El Inquilino y el Edecán se miraron complacidos y se dijeron: el experimento funciona! La segunda transición estaba en marcha!
Más complicado se presentaba el tercer acto. Exitoso instructor de indignados y de algunas otras clerecías todavía más confusas. Pablo Podemita era un caso aparte. Para empezar llegó a la Zarzuela ofreciendo dos regalos. Juego de Tronos para el Inquilino y dos bonos de viajes, todo incluido, para el Edecán. Pontificando sobre el triunfo de la Calle sobre la Casta. Sobre el sorpasso inevitable y sobre una vicepresidencia primera. Agotada su paciencia el Edecán levantó el mazo. Pero cuando iba a descargar el golpe el Podemita giró la cabeza y se le quedó mirando. Sorprendido le preguntó: ¿pero esto qué es? Avergonzado por haber sido cazado en las patatas, el Edecán improvisó una disculpa. Tranquilo, nada grave. Es algo parecido a lo que le sucedió al primer Pablo de la Historia. El que camino de Damasco se cayó del caballo y golpeó su cabeza contra el suelo. Gracias a eso figura de segundo en el santoral. También por eso tú te llamas Pablo. El Podemita se vio subido a los altares. Se imaginó el pange lingua, las velas y las flores, los triduos y novenas. Sacado en procesión el día del Santo Patrón y además ?per saecula saeculorum?. Para siempre. El latín y la eternidad lo acabaron de convencer. Sólo quedaba algún remordimiento de conciencia. De conciencia marxista, claro está. Pero pronto se tranquilizó: el Papa Francisco ya era casi un colega. Y a él siempre le habían llamado Iglesias sin que pasase nada. Y pidió al Edecán que no fallase el golpe.
(continúa en el periódico de mañana)