Escritor, filósofo, periodista y nobel de la Paz, dedicó su vida a recordar el horror para que las víctimas como él no fueran olvidadas
03 jul 2016 . Actualizado a las 05:00 h.Elie Wiesel falleció ayer a los 87 años en Nueva York, después de dedicarse con fervor a practicar el ejercicio de la memoria, como reafirmación de su propia vida. Una vida convertida de repente «en una larga noche, siete veces maldecida y siete veces sellada», como él escribió, desde que entró en el campo de concentración con 15 años. «Nunca olvidaré aquel humo. Nunca olvidaré las caras pequeñas de los niños, cuyos cuerpos vi convertirse en espiral de humo bajo un silencioso cielo azul. Nunca olvidaré estas llamas que consumieron para siempre mi fe. Nunca».
Símbolo del Holocausto, Wiesel era en toda su esencia un hijo fiel del pueblo judío que representaba la determinación del espíritu humano, la capacidad de superar la peor cara del mal y sobre todo de sobrevivir. «A lo largo de toda su existencia luchó por preservar la existencia judía y la creación judía después de la guerra», aseguró ayer Avner Shalev, director del Museo del Holocausto Yad Vashem, una vez que comunicó su muerte. Wiesel había nacido en Sighet (Rumanía), y había sido educado según las tradiciones judías del Talmud. En 1944 fue capturado por los nazis e internado junto con sus familiares en el campo de concentración de Auschwitz para luego ser trasladado a Buchenwald. En Auschwitz vio morir a su madre y a su hermana pequeña, si bien sus hermanas mayores sobrevivieron. Sin embargo, poco tiempo después su padre también falleció en el campo de Buchenwald.
La memoria, su empeño
Tras la guerra, Wiesel estudió en París y se hizo periodista, aunque en los primeros años de oficio guardó silencio sobre su dramática experiencia. Fue entonces el escritor Francois Mauriac quien lo convenció para que compartiese con el resto del mundo su horror y se dedicase en cuerpo y alma a desenredar e hilo de su memoria. Con ese empeño publicó su primera obra, La Noche, en 1958, traducida a más de 30 idiomas, donde describe con emoción el arresto de sus familiares y vecinos, la deportación en un vagón de ganado al campo de Auschwitz, la división definitiva de su familia durante el proceso de selección y la angustia mental y física que él y sus compañeros sufrieron cuando los despojaron de su humanidad.
Tras ese libro llegaron 40 más, así como numerosos premios para un escritor al que el primer ministro israelí Benjamin Netanyahu definió como «un artista de la palabra». En 1978 el presidente Jimmy Carter puso a Wiesel al mando de la Comisión Presidencial sobre el Holocausto y el esfuerzo por defender los derechos humanos y la paz fue reconocido con el Premio Nobel en 1986. Una causa a la que dedicó su vida entera, también a través de la fundación que él y su esposa Marion crearon. «Wiesel fue un rayo de luz y un ejemplo de una humanidad que cree en lo bueno del ser humano», dijo ayer el político israelí Itzjak Herzog. Su lucha a través de la palabra es hoy un consuelo: «Lo contrario del amor no es odio, es la indiferencia. Lo contrario de la belleza no es la fealdad, es la indiferencia. Lo contrario de la fe no es herejía, es la indiferencia. Y lo contrario de la vida no es la muerte, sino la indiferencia entre la vida y la muerte».