Donald Trump, presidente de Estados Unidos en un momento clave en la lucha contra el cambio climático

Francisco Balado Fontenla
Fran Balado LA VOZ

SOCIEDAD

DEREK BLAIR | AFP

El Acuerdo de París corroborado recientemente por 195 estados se puede quedar en papel mojado con su elección como nuevo inquilino de la Casa Blanca

22 nov 2016 . Actualizado a las 12:15 h.

A finales del 2015 el mundo celebró con entusiasmo el Acuerdo de París, en el que 195 estados establecieron su firme compromiso de luchar contra el calentamiento global. Asumiendo que el aumento de la temperatura en la Tierra a corto y medio plazo es algo irreversible, de muy difícil solución, los países firmantes se fijaron como objetivo que para el próximo cambio de siglo tan solo se incremente en 1,5 o 2 grados centígrados respecto a los niveles preindustriales. A ojos de los científicos del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático, es imprescindible que los termómetros no rebasen esta cifra para que el planeta no acabe por convertirse en un lugar inhóspito. La estimación es que al ritmo actual de contaminación la subida ronde los 4 grados.

Un desafío global

El gran reto de este acuerdo registrado en la capital francesa es reducir la emisión de gases que contribuyen al efecto invernadero, entre los que destaca fundamentalmente el dióxido de carbono. Estos fluidos forman una capa en la atmósfera impidiendo que parte de la radiación solar regrese al espacio exterior, condenando así al planeta a un nefasto sobrecalentamiento.

Es cierto que este desafío global al que se enfrenta la Tierra no es algo nuevo, y que anteriormente, como en el Protocolo de Kioto (1997), ya se habían alcanzado consensos entre gobiernos de algunos de los países más industrializados e influyentes para poner freno a esta amenaza. Sin embargo, en esta ocasión el acuerdo fue tan celebrado porque, por primera vez, asumieron el compromiso China y Estados Unidos, dos de las superpotencias más contaminantes del globo.

«Un día histórico»

Tampoco es menos cierto que, más allá del objetivo de poner freno a la emisión de gases que contribuyen al efecto invernadero para intentar alcanzar esa meta de los 1,5 o 2 grados centígrados para el siglo XXII, en París se concretaron muy pocos aspectos, algo que resultó duramente criticado por grupos ecologistas: ni cifras, ni modelos de actuación conjunta, ni multas para aquellos que incumplieran su compromiso... Se podría decir que se trató de un acto de fe, pero un acto de fe a partir del cual se intentarían fijar unos cimientos sobre los que levantar este proyecto conjunto. El Acuerdo de París, firmado en diciembre del 2015, en realidad no fue ratificado hasta noviembre de este año, y eso que se aceleraron los plazos gracias a las prisas que le entraron a Obama quien, en el tramo final de su mandato, no estaba dispuesto a abandonar la Casa Blanca sin dejar este tema bien atado: «Es un día histórico. Es la mejor opción para salvar el planeta», dijo tras estampar su firma en el documento.

El cuento chino del calentamiento

Fue uno de los puntos más comentados en el primer debate que mantuvieron los dos candidatos a la Casa Blanca. Clinton acusó a su oponente de pensar que el cambio climático no era más que una invención del gobierno chino. «Yo no he dicho eso. No es cierto», balbuceaba Trump a su micro. Apenas unos minutos más tarde, los buceadores de tuits sacaron a la luz varios mensajes publicados desde la cuenta del magnate en los que, efectivamente, sí había dicho eso.  «El concepto de calentamiento global fue creado por y para los chinos con el fin de que la producción estadounidense no sea competitiva», fijó. El futuro presidente publicó hasta medio centenar de mensajes en ese sentido.

La Tierra confía en que no cumpla todas sus promesas

FADEL SENNA | AFP

La elección de Donald Trump sorprendió a 80 jefes de Estado en Marrakech en una conferencia para seguir concretando la letra pequeña del acuerdo. La respuesta fue mostrar firmeza garantizando que el compromiso es «imparable», y tender la mano al futuro líder estadounidense para que recapacite: «No es solamente su deber, es su interés», aseguraba el presidente francés Hollande, intentando dejar claro que la amenaza es algo que trasciende fronteras. A pesar de que uno de los grandes caballos de batalla de Trump durante la campaña fue precisamente la promesa de abandonar este compromiso, todavía falta por ver hasta dónde está dispuesto a llegar. Contaba Miguel-Anxo Murado en La Voz que toca esperar, porque «la dificultad con Trump es que no podemos aventurar qué clase de político va a ser, porque no ha sido nunca un político». Clara muestra de esta inestabilidad fue su giro de 180 grados con el Obamacare, que en apenas unas horas pasó de ser una piñata de campaña a una importante conquista del pueblo americano.

Además, en el caso de que se mostrase partidario de seguir adelante con sus promesas, también faltaría por comprobar su margen de maniobra, ya que en la democracia estadounidense el presidente tiene que lidiar con un juego de pesos y contrapesos (Checks and Balances) que garantiza un equilibrio entre instituciones emanado de la separación de poderes acuñada por Montesquieu en el siglo XVIII.

El sistema del «fracking»

Muchos demonizan a Trump por ser un defensor del fracking, pero quizás no conozcan que fue bajo la administración Obama cuando EE. UU. se convirtió en el segundo país productor de petróleo gracias a la popularización de esta técnica. El fracking o la fracturación hidráulica es un método para la extracción de hidrocarburos que consiste en la inyección de agua y arena a grandes presiones en el subsuelo a través de agujeros realizados previamente. El objetivo no es otro que reventar las rocas que encierran el petróleo y lograr el oro negro de forma rápida Esta técnica también cuenta con grandes detractores, entre los que destacan la gran mayoría de las organizaciones ecologistas. Entre sus argumentos se encuentran el desperdicio de los recursos hídricos, la contaminación de las aguas del subsuelo, que contribuye a la contaminación atmosférica mediante la emisión de metano o incluso que pueden ser el origen de la sucesión de pequeños terremotos.   

Postura del ecologismo

Los ecologistas se han significado como algunos de los colectivos más beligerantes contra la elección de Donald Trump. Desde Greenpeace se apuraron en emitir un comunicado a las pocas horas de conocerse el resultado de las urnas haciendo un llamamiento en busca de nuevos socios bajo el pretexto de que a partir de ahora las contribuciones van a ser más necesarias que nunca. «El miedo pudo haber ganado, pero la valentía, la esperanza y la supervivencia lo superarán. Millones de personas tienen el poder que necesitamos para combatir el cambio climático. Vamos a utilizar este momento para revitalizar la lucha», destacan en su web.

La era Trump será vigilada con lupa en materia medioambiental. Una de las primeras acciones en las que podremos intuir por dónde irán los tiros será cuando se conozca el nombre y el perfil de la persona que elija como nuevo administrador de la Agencia de Protección del Medio Ambiente. El mundo cruza los dedos para que no ponga a un lobo a cuidar de las ovejas.