Gusanos y algas, el menú del futuro en la Food Revolution 5.0

patricia baelo BERLÍN / CORRESPONSAL

SOCIEDAD

Patricia Baelo

Berlín explora en una muestra métodos alternativos y sostenibles de producir alimentos

21 may 2018 . Actualizado a las 16:13 h.

Hace tiempo que comer dejó de ser una actividad privada y adquirió una dimensión política. Sin embargo, aún no somos conscientes de los riesgos que suponen para nuestra alimentación el cambio climático, el constante incremento de la población y el éxodo rural. Cada año se desperdician unos 1.300 millones de toneladas de comida en todo el mundo, y según la FAO, ya se han extinguido casi tres cuartas partes de las especies del planeta. Así que, ¿cómo garantizar que tendremos algo que llevarnos a la boca en el futuro? 40 diseñadores y artistas internacionales instan a aprovechar más y mejor los recursos en la muestra Food Revolution 5.0.

Desde el jueves y hasta el 30 de septiembre, el Museo de las Artes Decorativas de Berlín se convierte en un gigantesco laboratorio en el que la ciencia y el arte se unen para explorar métodos alternativos y sostenibles de producir alimentos. Como Near Future Algae Symbiosis Suit, un traje y una mascarilla hechos con tubos de silicona en cuyo interior se encuentran algas marinas, que crecen con el dióxido de carbono que emitimos al respirar y nos devuelven a cambio los nutrientes que necesitamos para subsistir. Porque, no nos engañemos, llegará un momento en el que los organismos vivos escasearán, y tendremos que modificar por completo nuestra dieta.

«No queremos moralizar ni infundir pánico. Es una exposición optimista que busca transmitir el mensaje de que esa revolución inevitable puede empezar en casa», explica la comisaria, Claudia Banz. Por ejemplo, es posible reconvertir la ciudad gracias a jardines comestibles o enjambres de abejas artificiales. Desde que la UE autorizara a principios de año la venta de insectos para el consumo, Carolin Schulze intenta fomentar su uso con su obra Hase aus einer Mehlwurmpaste, que hace que la carne de gusanos de harina sea más atractiva que nunca. «Apenas precisan espacio ni luz solar. Además, son muy ricos en proteínas. Los insectos son un superalimento», defiende la artista alemana.

Las nuevas tecnologías han hecho que perdamos el contacto con nuestro cuerpo y entorno. Lo último que queda analógico es la comida. Esa es la tesis del proyecto Digital Food, del catalán Martí Guixé, que ha creado un algoritmo capaz de utilizar nuestros datos personales para determinar los nutrientes que necesitamos e imprimirlos en tres dimensiones. «Queremos sensibilizar al consumidor de los recursos de los que disponemos» y en todas las fases de la cadena alimentaria, asegura Banz. No en vano, la muestra se estructura en torno a cuatro temas: granja, mercado, cocina y mesa.

Por eso, la kuwaití Hanan Alkouh se encontró en Londres con un maestro carnicero, que le enseñó a trabajar las algas y la silicona como si fueran distintas piezas de una ternera. «Se trata de usar las nuevas tecnologías, pero también de revalorizar las técnicas artesanales de preparación de alimentos», subraya la comisaria al respecto de la instalación Sea-Meat Seeweed (Carne de Mar, Algas Marinas).

Ya en la mesa destacan dos ideas imprescindibles para que se produzca una auténtica revolución alimentaria. Lo primero es que el consumo debe ser más inteligente. Marije Vogelzang ha basado su obra, Volumes, en la tendencia a comer más de lo que el cuerpo necesita. Después de que un equipo de psicólogos le confirmara que, al comer, nuestro cerebro no es capaz de analizar alimentos por separado, decidió fabricar objetos no comestibles y depositarlos en el plato junto al resto de la comida. Así da la impresión de que uno ha ingerido más cantidad. Un truco que pretende influir positivamente en nuestros hábitos.

Una cocina comedor

Tampoco conviene olvidar la faceta social. Un punto en el que se centra el proyecto de Maciej Chmara titulado Mobile Gastfreundschaft (Hospitalidad Móvil): una cocina con comedor para 12 personas que se pliega en un europalé y que ha llevado de gira por varias metrópolis para invitar a los transeúntes a usarla, con el fin de comparar las distintas costumbres. «Mientras en Nueva York la gente cenaba, se tomaba una cerveza y se iba, en París terminaban yéndose luego juntos de vinos», cuenta entre risas el polaco.