La enfermedad renal hereditaria de dos mariñanos animó a las mujeres de su familia a donarles órganos en vida
30 sep 2018 . Actualizado a las 05:00 h.Por la cara y el aspecto saludable que presentan, y el caudal de energía y de buen rollo que transmiten, nadie diría que los cuatro miembros de la familia Cociña Rivas se jugaron la vida sobre la mesa de un quirófano hace poco más de cinco años. La poliquistosis renal, una enfermedad hereditaria e incurable, acercó al abismo a Jesús y a Borja, el padre y el hijo, quienes se salvaron gracias a las donaciones en vida de riñón que les hicieron Piedad y Yolanda, la madre y la hija. «Entre os catro amañámonos en seis meses!», bromea la progenitora, sonriendo con esa mezcla de alivio y de alegría que produce el haber dejado atrás un episodio dramático. En la memoria de esta familia mariñana, originaria de Vilapol, en la parroquia de Portocelo (Xove), permanece grabada a fuego una fecha: el 20 de noviembre del 2012. Ese día, Jesús entraba en una sala de operaciones del Complexo Hospitalario Universitario de A Coruña (Chuac) para recibir el riñón que le acababa de ceder Yolanda. Mientras tanto, a escasos cien kilómetros, en el Hospital Universitario Lucus Augusti (HULA) de Lugo, Borja se debatía entre la vida y la muerte debido a una infección del catéter de diálisis. Su madre no se separó de él. «A min parecíame moi raro que miña nai non me viñese ver ao hospital despois de que me quitasen o ril para doarlle ao meu pai, e sabía que meu irmán non andaba ben, pero non imaxinabamos o mal que chegou a estar», comenta Yolanda, que antes de cumplir 20 años se hizo el carné de donante de órganos de Alcer (Asociación para la lucha de enfermedades renales). Y cuando el momento se presentó, no lo dudó. «Cando meu pai se volveu poñer mal [al hombre ya le habían trasplantado un riñón en 1995], acordábame da vida que levaba cando eu era pequena, do mal que se atopaba, das comidas que facía miña nai, do mal que o pasaba na diálise..., e non quería que volvese pasar por iso, así que fun ao hospital de Burela, falei con María Jesús Couso e María Jesús Castro, e empecei coas probas para doarlle un ril», agrega la mujer, que ahora tiene 39 años.
Un primer trasplante en 1995
«Os médicos puxéronmo bastante negro porque ao levar tanto tempo con medicación padecía da aorta, e dicíanme que canto antes se transplantase o ril, mellor», comenta Jesús, que tiene 60 años y que fue diagnosticado de insuficiencia renal en 1993, en un control rutinario, cuando andaba al mar. «A poliquistose non dá dor. Cánsaste e vaiche sacando forzas. Os quistes van medrando e oprimindo os riles ata que paran de funcionar», explica. En esa primera etapa pasó 14 meses en diálisis hasta que lo llamaron para un primer trasplante. «Era un órgano dun cadáver, dun señor de 65 anos», añade. La recuperación fue perfecta y Jesús pudo incluso volver a trabajar en la construcción. «Seguía con controis de rutina, pero podía facer vida entre comiñas, sen traballo forzado», apunta su hija.
En el 2012 volvieron las señales de alerta. «Cando entrei en diálise da segunda vez o ril unicamente funcionaba un dez por cento», indica. El proceso de donación incluye análisis, resonancias o TACs en el apartado médico, y una firma en el Juzgado de que el donante no va a cobrar por la donación, y el motivo por el que dona, además de una revisión psicológica y otra de un tribunal médico. «Os médicos investigan moito todo. Non é dicir: ‘Vou doar’, e de hoxe para mañá xa o fas», relata Yolanda, que nunca ha tenido que medicarse. «Podes vivir cun ril só perfectamente», indica la mujer, que tiene una pescadería en San Cibrao (Cervo) y es madre de una niña y un niño. «Eles tamén o pasaron mal, choraron moito con todo isto», recuerda. Toda la familia se muestra muy agradecida con los equipos médicos, especialmente con el nefrólogo del Hospital da Costa Secundino Zigarrán. «Moi bo especialista como médico e como persoa», destaca Piedad, que habla con orgullo de la valentía de su hijo, a quien la enfermedad trastocó la vida por completo. Había acabado de estudiar y se abría paso en el mundo laboral como autónomo cuando recibió el zarpazo de la patología que también han sufrido su padre y varios tíos. En su caso, el trasplante fue la opción casi desde el principio, puesto que sus riñones funcionaban al ocho por ciento. «Ao igual que Yolanda con seu pai, non o dubidei. Dixen: ‘adiante’», relata Piedad. «É un orgullo dar vida a outra persoa, e aínda o é máis cando se trata do teu propio fillo», añade. El trasplante se produjo en mayo del 2013, y desde entonces Borja ha podido retomar su vida en parte, ya que está prejubilado. «Estou vivindo e de amo de casa, por agora é a moza a que traballa fóra», señala paciente. «O receptor tense que coidar moito, porque, se non, dá igual que o órgano recibido sexa dunha persoa nova ou maior», abunda su hermana.
Concienciados con la donación
«Hoxe estamos os catro coma reloxos. Para que queres os órganos dunha persoa que morre nun accidente ou nun hospital? Para levar para o cemiterio ou incineralos? Saber que un órgano dunha persoa que faleceu está vivo noutra persoa é unha satisfacción tremenda», reflexiona Piedad, y revela un detalle. «Cando a Xuxo lle fixeron o primeiro transplante rezáballe todas as noites un nosopai ao señor que llo doou, e penso que para unha familia iso é moi bonito», concluye.