Morir solo en tiempos del coronavirus

Xurxo Melchor
xurxo melchor SANTIAGO / LA VOZ

SOCIEDAD

PACO RODRÍGUEZ

El confinamiento hizo que tardaran 15 días en percatarse de la muerte de un hombre y que una enferma falleciese en la habitación en la que se había aislado en su casa

30 mar 2020 . Actualizado a las 00:44 h.

La muerte no es una incógnita en la ecuación de la vida. No es la equis, es siempre el resultado sin que importen cuáles y cuántas sean las variables que aparecen en la operación. El coronavirus mata y mata mucho, pero está haciendo algo peor al impedir que muchas personas, enfermas o no de esta pandemia, puedan dar su último aliento arropados por el calor de los suyos.

Aquellos que cada día perecen en las uvis de los hospitales se van sin poder despedirse de sus familiares, pero al menos cuidados por los profesionales sanitarios que se están dejando la salud combatiendo al coronavirus. Pero hay situaciones aún peores provocadas por el Covid-19 y por las extremas medidas de aislamiento social que está obligando a adoptar en todo el país.

Uno de esos momentos en los que la pandemia muestra su cara más horrenda aconteció el pasado miércoles, cuando la Policía Local y los Bomberos de Santiago tuvieron que acudir a un piso de la avenida de Lugo advertidos por un vecino que detectó un fuerte olor proveniente de una de las viviendas, en la que nadie contestaba a las llamadas.

Cuando entraron, encontraron muerto al inquilino. Un hombre mayor, que vivía solo y que no tenía contactos familiares porque estaba separado de su esposa. No murió de coronavirus, pero esta enfermedad sí condicionó por completo la manera en la que tuvo que marcharse. Los forenses determinaron que hacía al menos quince días desde su fallecimiento. Dos semanas en las que nadie, absolutamente nadie, le echó en falta.

Y es que si ya es complicado en condiciones normales estar pendientes de las personas que viven solas, mucho más si, al estar toda la población confinada en sus domicilios, nadie puede echarte de menos en el portal, en el ascensor o comprando el periódico y el pan por las mañanas. Eso fue lo que le sucedió a este hombre, que murió solo y solo permaneció otros quince largos días que habrían sido aún más si el fuerte olor que comenzaba a desprender su vivienda no hubiese alertado a un vecino.

Unos días antes, otra terrible situación derivada de la crisis del coronavirus azotó la vivienda que compartían dos religiosos. Habían hecho caso de las autoridades y tomaron todas las precauciones posibles, por lo que decidieron hacer vida cada uno en su dormitorio y minimizar así los contactos en las zonas comunes. El plan quedó interrumpido cuando un paro cardíaco segó la vida de uno de los dos curas en la soledad autoimpuesta de su alcoba.

El coronavirus también mostró su cara más terrible en el caso de una empresaria japonesa aunque afincada en Santiago desde hace más de veinte años. Megumi Shiozawa, de 54 años de edad, dio positivo hace días en coronavirus y aplicó el protocolo que han indicado las autoridades para estos casos: se autoaisló en su casa, separándose de su marido para no contagiarle y recluyéndose en una habitación para evitar al máximo todo contacto.

El disciplinado cuidado con el que ejecutó las indicaciones hizo que, como en tantos y tantos casos de coronavirus, exhalase su último aliento en soledad, encerrada como estaba en ese cuarto y tumbada en la cama. Así la encontró su esposo, porque ella estaba aislada pero no sola. Él la atendía con cariño cada día para asegurarse de que estuviese bien, de que se alimentase correctamente y de que se tomase con frecuencia la temperatura. Sin embargo, el dichoso coronavirus, que aún es un misterio para los expertos por la forma en la que actúa, hizo que el estado de salud de la mujer se agravase repentinamente y que ese empeoramiento coincidiese además con horas en las que ella permaneció sola y él la creía descansando tranquilamente.

Y así se fue ella, sola en sus últimos instantes, una situación que es dramáticamente común entre los enfermos de coronavirus, pero también en aquellos que, no padeciendo esta dolencia, la sufren por el aislamiento social que impone y que hace que muchas personas queden desligadas de sus redes de apoyo.