Condes venidos a menos
Era una época en la que las páginas del periódico relataban sabrosas historias de condes venidos a menos que embaucaban a veteranas damas o de engaños con falsas herencias por el medio. Pero no faltaban mentes despiertas capaces de las más complejas artimañas. En 1889, La Voz anunciaba la detención de una banda que, si bien aún era el mes de junio, ya estaba haciendo su agosto con un I+d al que la policía bautizó como «la guitarra». Por explicarlo de forma simple (aunque el artilugio debía de ser bastante sofisticado para su tiempo), digamos que era una máquina en la que se introducía una moneda de una peseta y al accionar un mecanismo aparecía por el otro lado una de cinco. ¿Dónde estaba el truco? En esos años, las pesetas eran de color plata y las monedas de duro, doradas. En el artefacto —«con forma de caja admirablemente pulimentada y en cuyo interior aparece la maquinaria de un complicado reloj»— introducían una de estas últimas, a la que previamente habían disfrazado con un baño plateado. Lo que en realidad hacía la máquina al accionarse un mecanismo era devolverle a la moneda su color original. «El timado —explicaba el periódico con cierta sorna— cree poseer una fortuna con el artilugio indicado, paga por este una crecida suma y se encuentra estafado cuando lo hace funcionar en su casa, pues introduce pesetas, le da a la palanca y salen las mismas pesetas por el lado opuesto». En cambio, la máquina del tiempo que es nuestro archivo hemerográfico sí que funciona. Y cuando le damos a la palanca podemos comprobar que en cuestión de estafas las cosas también han cambiado más en las últimas décadas que en el resto de la historia. En noviembre de 1963, junto a la noticia de una triquiñuela telefónica, nos encontramos en La Voz con esta joya de las predicciones de futuro firmada por el periodista Armesto: «Quizás el teléfono deje de servir para los timos cuando se invente un visor que permita observarse a ambos comunicantes. Además, a lo mejor resulta un magnífico sistema para buscar novia sin salir de casa y sin gastar en guateques».
Era solo un visionario a medias aquel colega, que en todo caso concluía su artículo mostrando una lucidez impresionante: «Pero continuarán las estafas, los timos y los fraudes, porque siempre habrá hombres de buena fe a los que sorprender y también maleantes que sabrán dar con ellos».