Idoia Cuesta, premio artesanía de Galicia: «La cestería no es solo hacer cestos»

SOCIEDAD

ALBERTO LÓPEZ

Donostiarra afincada en Outeiro de Rei rechaza que su oficio esté en vías de desaparición y cree que es más bien algo moderno y contemporáneo con el que muchos jóvenes podrían ganarse la vida

17 dic 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Cuenta la leyenda que Idoia Cuesta (San Sebastián, 1969) hizo un día un curso de cestería en Lugo y todo cambió. Para ella y para la cestería que, en sus manos, parece otra cosa. Eso es lo que creen también algunos jurados que han distinguido su trabajo. El último se lo ha concedido la Xunta: el premio de artesanía de Galicia.

—Tendrá ya una vitrina para los trofeos, al estilo del Real Madrid.

—Ya tengo en mi taller un apartado para premios, sí. Los tres seguiditos.

—No imagina uno que un artesano coleccione premios.

—Para ganar premios hay que presentarse. Y el hecho de presentarse es una inversión de tiempo y esfuerzo: preparar piezas, el portfolio, las fotos, el diseño gráfico... Claro que, si ganas, la recompensa es maravillosa.

La pieza que ha merecido el premio parece realmente algo vivo.

—Cuando la estaba trabajando en el taller, cada día me parecía que era de un color diferente, según le daba la luz. A mí me recuerda a las anémonas, esta fauna marina de fondos abisales... Está hecha con un nailon transparente, una tanza de pesca.

—Dicen que fue como un flechazo, que entró en una tienda de efectos navales y se enamoró del material.

—Pues sí. Fue este verano en San Cibrao. Como no hizo muy buen tiempo, entré en un almacén y sí, fue un flechazo. Cuando vi la tanza de color rojo pensé: «Con esto tengo que hacer algo».

—¿Ya estaba viendo la pieza?

—Lo compré de dos calibres y ya imaginaba la forma de tejerlo. Hice pequeñas pruebas en miniatura para ver como respondía el material. Y luego lo tejí en un molde y el material respondió muy bien. Me enamoró la plasticidad del material.

—Hábleme del otro flechazo, el que le llevó a dedicarse a la cestería.

—Yo investigaba en la Universidad como bióloga y, a la vez, me formaba como artesana textil. Y un día, por casualidad, probé en un curso de cestería y allí, efectivamente, sentí otro flechazo. Cuando encuentras la forma de expresarte, es maravilloso.

—Y dejó la biología.

—Bueno, aún aguanté ahí unos añitos hasta que tomé la decisión. Pensé: «Tengo que decidir lo que me va a hacer feliz en la vida». Fue difícil, pero no me arrepiento para nada. Fue duro explicárselo a mis padres.

PILAR CANICOBA

—Cuando hablamos de cestería, parece que siempre estamos hablando con el último artesano.

—Es verdad. Yo también aprendí con la gente mayor porque se iban. Tenemos la idea de que la cestería es un oficio antiguo, pero yo quiero dar la otra imagen, que la cestería es un oficio actual, moderno, contemporáneo y llevarlo a otros ámbitos.

Usted trabaja con Adolfo Domínguez, Loewe...

—Es que la cestería no es solo hacer cestos; se puede actualizar y fomentar que la gente joven quiera aprender estos oficios con los que se pueden ganar la vida.

—Desde luego, los cesteiros que le enseñaron se sorprenderían con su trabajo

—Pues sí. Si alguno levantara la cabeza, fliparía. Pero lo bonito de este mundo es que nos movemos. Los cesteiros nos vemos en ferias internacionales, intercambiamos técnicas y materiales.

—¿Usted tiene alumnos?

—He impartido muchos cursos y he recibido a mucha gente en prácticas en mis obradoiros. Tengo a un chico contratado y creo que voy a ampliar plantilla. La cestería no se acaba, porque se puede acceder a proyectos grandes, aunque a veces dé miedo.

—Y a usted que le gusta tanto el mar ¿cómo fue a parar a Outeiro de Rei?

—Yo soy de Donosti y hace ya casi treinta años que vine a Lugo. Y lo que más echo de menos es el mar, pero vivo al lado del río Miño.

—¿Celta o Dépor? Aunque en su caso igual tendría que preguntarle si es del Athlétic o de la Real Sociedad.

—Ja, ja. Yo soy de la Real, aunque por cercanía y por los amigos que tengo allí, soy también del Dépor, aunque no le va muy bien. Y también del Lugo, que mi hijo juega allí.

—¿Cuántos tiene?

—Uno.

—¿Cómo se definiría en cuatro palabras?

—Soy curiosa y apasionada. Implicada con lo que hago y persistente, tenaz. Esto no es un trabajo de un día. Hay que insistir y persistir.

—¿Cómo tiene las manos? ¿Se nota que trabaja con ellas?

—Últimamente las tengo mejor, desde que he ido delegando trabajos. Pero, por ejemplo, tengo las uñas destrozadas. Y más que las manos, es el esfuerzo físico, porque hay que estar en buena forma para este trabajo; tengo que ir al fisio casi cada mes.

—Siendo vasca, cocinará de miedo.

—Pues va a ser que no, ja, ja. Cocinar, no. Pero comer, me encanta. El resto de mi familia cocina muy bien, pero yo no. Yo soy la catadora.

—¿Cuál es el lugar en el que se siente feliz?

—Mi lugar o mi refugio ha sido mi taller. En el confinamiento venía hasta aquí cuando nos empezaron a dejar salir.

—¿Qué hace mal que le gustaría mejorar?

—Aprender a gestionar el tiempo. Siempre pienso que las cosas me van a llevar menos tiempo de lo que realmente me llevan. Y aprender a decir que no.

—Cuando era pequeña, ¿qué quería ser de mayor?

—Yo iba a un colegio de monjas y quería ser misionera en África.

—Dígame una canción.

Cesteiros, de Rodrigo Cuevas.

—¿Qué es lo más importante en la vida?

—Estar bien contigo mismo, que es como se llega a ser feliz.