Teresa Mosqueira: «O que nós facemos é exclusivo»

SOCIEDAD

ANA GARCIA

Nacida en Corme y vecina de Ponteceso, heredó el oficio de su madre, que iba andando de casa en casa, con la máquina en la cabeza. Aunque jubilada, sigue cosiendo, aprendiendo y enseñando. Nunca emigró.

29 dic 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Teresa Mosqueira Méndez (Corme, 1948, afincada en Ponteceso desde que se casó) es hija de esas costureras que cosían de casa en casa por la Costa da Morte, moviéndose a pie por caminos, con la máquina en la cabeza. Una madre que se quedó viuda cuando Teresa tenía solo cuatro años y su hermano, ocho. Llevar el pan a casa significaba trabajar de lunes a domingo, hasta un Jueves Santo cuando hacerlo era casi pecado. Fue una excepción. «Miña nai ese día tropezou e caeulle a máquina ao chan, dixo que nunca máis», recuerda Mosqueira como anécdota. De ella heredó no solo el oficio, porque ya de niña la acompañaba a esos hogares, sino el carácter de trabajadora.

Mosqueira aprendería después con una profesional de Ponteceso que le ofrecería quedarse para rematarle los trabajos, pero su madre le dijo que no. Frente a que Teresa llevase algo de dinero a casa, prefirió que siguiese formándose, y así acabó al lado de otra mujer en Corme. Cuando se casó, Teresa ya tenía «sete rapazas» atendiendo sus clases y a ello se ha dedicado toda la vida. A ser modista y a enseñar: «Encántame».

De tantas alumnas, llegó a hacer tres turnos de aulas, primero en su propio piso y después en un local en A Trabe. Trabajó por semana y en fin de semana, sin vacaciones, tiempos distintos a los de ahora y a los de su madre, que comía allí donde cosía y que siempre recibía algún obsequio de los «labradores». Fruta, algo de carne tras la matanza. Mosqueira esperó a que su única hija empezase primaria para seguir aprendiendo, con Susa Suárez, en Carballo, un referente, y después se atrevió a estudiar patronaje. Nunca perdió la «ansia de aprender».

Y todo lo que aprendía lo enseñaba: «Aínda hoxe, que xa non lle teño que ensinar nada a ninguén, sigo aprendendo todos os días algunha cousa». A sus 73 años, y aunque la aguja no se le acuerda para nada cuando se va de crucero o de viaje —lo hace siempre que puede—, continúa cosiendo para el entorno más cercano, clientas de toda la vida, y haciendo todo aquello que no pudo cuando estaba en activo: «Para min non é traballo, é goce». No lo hace por dinero, sino por no quedarse quieta: «Nunca fun nada negocianta, nin teño ambición dos cartos».

De sus manos salen bolsos o carteras, y han salido pantalones, chaquetas, vestidos de comunión, muchos de novia (como los de ella y de su hija), de madrina... Lo bueno de su oficio es que tanto le permite poner un botón como hacer un zurcido o crear una prenda única: «Non es experto en nada, pero sabes de todo. O que nós facemos é exclusivo e sae máis barato». Tiene gran pericia para ver algo en una revista o en un escaparate y ser capaz de reproducirlo. Cree que, en su profesión, el relevo llegará «a gran escala»: patronistas, diseñadores y costureras. «Alguén terá que coser».

 Alegre, ahora quiere ponerse a aprender patchwork. Le dan vida las clases de costura que, a modo voluntario, ofrece en la Casa da Muller de la Fundación Pondal. Colabora asimismo con la Escola de Verán. Le gusta ir con los tiempos, actualizarse, también a nivel tecnológico: «Cousa que sae, cousa que baixo». Tiempo entre puntadas.

73 años

Jubilada a los 65 y viuda desde hace 13 años, sigue aprendiendo y enseñando

De sus manos...

Han salido muchos vestidos de novia, de comunión, de madrina...