El himno de Rigoberta Bandini que no va, pero que se queda

SOCIEDAD

Manuel Lorenzo | efe

Paula Ribó quedó en segunda posición tras marcarse una muy emocionante actuación, clavando un «Ay mamá» que ya todo el mundo se sabe de memoria

30 ene 2022 . Actualizado a las 01:50 h.

El jueves, con 111 votos, Rigoberta Bandini fue la candidata más votada en la segunda semifinal del Benidorm Fest, preferida del jurado y también del público por su canción, que ya ruge como un himno -tiene mensaje y una melodía pegadiza, tarareable-, y también por su actitud, por una puesta en escena ambiciosa y con intención que, sin embargo, quedó entonces algo deslucida en su recta final, desordenada, más parecida a una función de fin de curso que a la poderosa coreografía sororal que podía haber sido, que casi fue. Lo mismo sucedió este sábado, pero la intención ahí estaba.

En aquella primera incursión en Benidorm, Paula Ribó arrancó su actuación vestida de impecable blanco, completamente cubierta, de los pies a la cabeza, con un espectacular diseño troquelado de Joan Ros y un velo que, junto a unas gafas de sol, ocultaban su rostro; solo desnudos sus pies. Al dispararse los decibelios, encadenó su brazo al de sus bailarinas, representación de unidad, para alzarlo a continuación, representación de fuerza, en un gesto que inevitablemente recuerda a La libertad guiando al pueblo, de Eugène Delacroix, a la que evoca con garra la letra de la canción.

La catarsis de la propuesta escénica de Bandini, que este sábado tuvo que conformarse con el segundo puesto, llega cuando la catalana se tumba en el suelo para que, sobre imágenes de su propio embarazo -fue madre de un niño a mediados del 2020- proyectadas en las tablas del escenario, los bailarines la despojen de su atuendo. Se queda entonces enfundada en un body nude, símbolo de desnudez. Al incorporarse, la acompaña un pecho descomunal de poliespam en el soporte de un enorme globo terráqueo, toda una provocación poética, tal y como advirtió la propia Ribó. «El círculo es la fuerza para renacer, ayudarnos entre nosotras y quitarse la piel, literalmente, para renacer y liberarnos», explicó.

En su espectáculo -ejecutado tal cual fue concebido este sábado, sin apenas alteraciones- la liberación culmina con todos los bailarines dejando al descubierto los sostenes que cubren sus pechos, un jaleo que el jueves se tornó en desbarajuste con pinta de aquelarre y en la final resultó igual de desmesurado, pero con la ventaja de que ya sonaba familiar. «Hay pequeños detalles de coordinación que siempre se pueden afinar, pero es muy difícil hacer una modificación sustancial, porque no hay tiempo», asumía ya el viernes la propia Ribó ante los medios de comunicación.

Manuel Lorenzo | efe

Se esperaba una afinación inicial más pulida y algún arreglo sutil en ese entorno estético que muda en rave caótica, pero que ya solo por su provocativa propuesta gana enteros; da igual que acabe yéndose de madre. Después de que Chanel anunciase alguna «sorpresita» que se materializó en un outfit distinto, menos parecida al look de Dua Lipa; Varry Brava, modificaciones en su vestuario; y que las Tanxugueiras admitiesen que había «cousiñas e detalles» que podían mejorarse, el público confiaba en una realización más depurada cuando llegase el turno de Rigoberta, en una ligera vuelta. Y, sin embargo, la Ribó clavó la función de dos noches atrás, apenas perfeccionándola por momentos: arrancó su Ay mamá este sábado con una entonación más apropiada, bien acoplada a ese aspecto que recuerda tanto a Madonna, y avanzó por los tres minutos de canción todavía más emocionada que en la semifinal: tras el apoteósico final, el sexteto acabó llorando, abrazado.

Hubo mucha fuerza y emoción, pecho fuera, ojos vidriosos, hubo felicidad y hubo diversión. Originalidad e imperfección. Poderío. Pero no pudo ser. Rigoberta no va a Turín, pero su himno se queda.