Labrando a Velázquez en la madera

SOCIEDAD

Martina Miser

Vaamonde Silva fabricaba los muebles a mano y sus tallas reproducen grandes obras de la pintura universal. Es uno de esos carpinteros de antaño que convertía un trozo de cedro en una joya para el salón

20 abr 2022 . Actualizado a las 09:22 h.

En el angosto Calexón da Parra (Cambados) se encuentra uno de esos lugares de atmósfera añeja, un habitáculo con olor a madera y cargado de nostalgia en el que Los Borrachos de Velázquez labrados sobre un lienzo de teca asoman desde la penumbra cuando la luz de la calle traspasa el umbral. Es el taller de José Darío Vaamonde Silva, un ebanista de novena años que ya no trabaja, pero cuya obra permanece.

Los muebles y tallas que han salido de sus manos tienen la factura y calidad de antaño, cuando las cosas se hacían sin mirar el reloj —«o tempo non se contaba», relata—, y con mucho arte. Sus bargueños son más que archivadores de papeles, son joyas en madera en las que el Triunfo de Baco y la Fragua de Vulcano cobran una nueva dimensión en relieve.

La pintura ha sido una de sus fuentes de inspiración y sus referentes van desde Velázquez a Leonardo da Vinci. Su devoción por el artista del renacimiento italiano se plasmó en una exposición que se pudo ver en Cambados hasta el mes pasado, que dio testimonio del buen hacer de Vaamonde con el dibujo, la escultura y la talla.

Como tantos artesanos de su tiempo, este carpintero multidisciplinar constituye un claro ejemplo de autodidactismo, de quien aprendió a dibujar delante de los escaparates o durante las tediosas guardias de la mili. Del lápiz y el cuaderno pasó a las gubias y a la madera para continuar con el oficio que heredó de su abuelo, Severo Vaamonde y que aprendió, también, del abuelo de otro ilustre, Paco Leiro, y del escultor Alfonso Villar, a cuyo taller de Vilalonga acudía en bicicleta para ayudarle a cortar el barro y, si se terciaba, hacerle de modelo, remo en mano.

Vaamonde Silva fue coetáneo, aunque de otra generación, del gran escultor y también cambadés Francisco Asorey, al que veía por Santiago y no se atrevía a hablarle por timidez, recuerda. Son muchas las vivencias que desgrana el viejo ebanista flanqueado por su banco de carpintero, el torno, las herramientas y moldes de escayola de los que utilizaron él y su hijo Fran —que heredó la vena artística de su padre— para dar forma al San Gregorio de Paradela o a un paso de la Semana Santa de Cangas.

Junto a la fabricación de muebles, la imaginaría ha sido otra de las patas de su oficio. Suya es la talla de la virgen de la Valvanera de Cambados y suyo es el carro que sigue transportando al Carmen en su procesión, encargo del armador Costa, por la que cobró entonces, los años setenta, 350 pesetas.

El pequeño y destartalado taller ha sido, también, escuela de artistas. Por allí pasaron Francisco Leiro, Manolo Paz y Lino Silva, quien esculpió un busto de su maestro y escribió estos versos: «Pingas saudosas con barro ou madeira con pedra i escaiola... onde comecei a camiñar na arte».

¿Se acaban los ebanistas?, preguntamos. La imaginería religiosa podrá mantener el oficio y algún «caprichoso» que pueda pagar por un mueble rústico de autor para su salón, opina Vaamonde. La talla en relieve, como sus Borrachos, esa «pérdese».

350 pesetas

Lo que cobró hace medio siglo por el carro de la virgen del Carmen

Escuela de artistas

Por su taller de Cambados pasaron Francisco Leiro, Manolo Paz y Lino Silva