«Eu non pedín estar así, que che digan que é psicolóxico, que non pos da túa parte, dá rabia»
SOCIEDAD
El vimiancés Luis Insua daba clase en el Instituto Fernando Blanco de Cee. De hecho consiguió la plaza docente en propiedad justo antes de la pandemia. Se contagió en la segunda ola —dio positivo el 17 de octubre del 2020— y todavía ahora está empezando a conducir, andar sin bastones y recobrar lo que puede de normalidad, porque los problemas de movilidad y las molestias de la cadera y el hombro derecho cree que están ahí para quedarse.
Después de tres días aislado en su casa y con 40 de fiebre, ingresó en el Hospital Virxe da Xunqueira de Cee. «Pensei que quedaba alí, non respiraba nin era capaz de falar, notaba como me ía indo», recuerda, al tiempo que explica que lo peor todavía estaba por llegar. Su situación no mejoraba, lo derivaron al Chuac de A Coruña y allí pasó otros 18 días en una unidad de críticos, con oxígeno 24 horas y los cuidados que recibían entonces los pacientes, los que salieron adelante y los que no. «Tiven dúas crises moi grandes, que se chego a estar na casa eu penso que non a conto e aínda así quedei moi tocado, esgotado. Non era capaz de ducharme, nin sequera de lavar os dentes», relata.
De vuelta en casa, la precariedad de su salud seguía siendo extrema. «Non era quen de apartar o can para atrás cando se achegaba e me subía pola perna, víñanme as bágoas aos ollos. Para ir hasta unha cuadra que está aquí ao lado —non sei nin se haberá 50 metros— víame negro. Tiña que parar dúas ou tres veces no camiño, sentarme nunha cadeira que me poñía miña nai. Dábanme envexa as señoras de case 90 anos», rememora Luis, que tenía 41 cuando se contagió y ahora está a punto de cumplir los 44.
A las crisis respiratorias, los nódulos en los pulmones a causa de la neumonía, los problemas de movilidad y las inflamaciones, se ha sumado una debilidad cognitiva que todavía acusa. Ir al centro comercial y tratar de localizar el coche en la planta que no es, buscar insistentemente un paraguas colgado en el respaldo del asiento del coche o quedarse bloqueado mientras habla son ahora una parte de su vida, que sus amistades más cercanas advierten y se lo comentan. Fue peor, porque hasta no hace tanto se ponía «moi nervioso se tiña que estar en sitios nos que houbese moita xente».
Como, además, arrastra un problema de sobrepeso anterior al covid, las visitas a los médicos no han hecho más que acentuarse. Ha tenido que acudir a neumología, traumatología, cardiología, al tribunal médico y a rehabilitación fisioterapéutica, entre otros servicios, y tiene sensaciones muy encontradas. Desde la empatía de su médica de cabecera y del resto de profesionales del centro de salud de Vimianzo hasta contestaciones verdaderamente hirientes, circunscribiendo todos los problemas a la obesidad y al estado mental hasta el punto de sentirse señalado y ni siquiera saber qué decir.
«Eu teño moito sobrepeso, pero xa o tiña antes de covid e non tiña problemas de pulmón. De feito adelgacei 22 quilos en 18 días no hospital. Por iso molesta que che digan deporte, dieta, tes que baixar de peso... Iso xa o sei, pero non pode ser a explicación de todo. Eu non pedín estar así, nin estou así porque queira. Por iso que che digan que todo é psicolóxico, que non pos da túa parte, dá rabia, porque a min cando me incha unha man coma unha pelota ao punto de ter que quitar o reloxo, cando caio, ou cando preciso un bastón para poder andar, e non son quen de atar os zapatos despois de andar 20 metros, non o invento», sentencia Luis, que pide a los profesionales un poco más de humanidad «porque ás veces xa che dá hasta reparo dicir o que tés».
En su caso —que no es el de todos los enfermos con afectaciones similares— le han renovado la baja más allá de los dos años, y además con un diagnóstico de covid persistente, aunque lo que espera es el día de reincorporarse a sus clases en el instituto.