Las despedidas escritas en piedra

Rosa Estévez
rosa estévez VILAGARCÍA / LA VOZ

SOCIEDAD

Martina Miser

El mármol sigue siendo el material preferido en Galicia para la eternidad. Julia Vieira se dedica, desde hace treinta años, a grabar en las lápidas los mensajes que nos acompañarán en el más allá.

17 mar 2023 . Actualizado a las 16:11 h.

El taller es pequeñito: un pasillo entre las paredes de piedra de una de las pocas casas históricas que aún quedan en pie en O Castro, en el centro de Vilagarcía. Allí dentro, rodeada de placas de mármol y de muestras de bronce, Julia Vieira pelea cada día por mantener vivo un negocio que parece agonizar: la muerte ya no es lo que era. Antes, los preparativos para despedir a los seres queridos se abrazaban como una manera de amortiguar el dolor. Ahora, se delegan en empresas funerarias que prometen encargarse de todo y en cuyos planes no siempre entran los tiempos, las calidades y los precios de las pequeñas marmolerías. No es de extrañar, pues, que cada vez queden menos despachos como el de Julia, que heredó el suyo de su padre. «Lo abrió en el año 1969 y trabajó aquí hasta que enfermó a principio de los noventa. Entonces lo cogí yo», relata. Ella se había criado en el taller, viendo a su padre labrar lápidas y placas, subiéndose a las furgonetas de los representantes de mármoles y bronces... Ya de mayor se fue a Alicante a hacer cursos sobre cómo trabajar la piedra: cómo darle forma, cómo extraer su belleza, cómo hacerla hablar.

Para cuando su padre se puso enfermo, aún le quedaban algunas cosas por aprender del oficio. «No tenía ni idea de cómo se tomaban medidas para hacer una lápida, o de cómo colocarla», recuerda. Pero suplió la falta de práctica con imaginación; la inexperiencia, con talento y horas de trabajo a escondidas. «Iba al cementerio a mediodía para que no me viesen dándole vueltas al asunto». Entonces no había ni tutoriales de YouTube, ni mujeres que hiciesen ese tipo de trabajos. De hecho, cuando cogió las riendas del negocio «todo el mundo decía que me había casado. Pensaban que tenía que haber un hombre en el taller. Yo lo cogí en el año 1992, no me casé hasta diez años después, y en todo ese tiempo me adjudicaron bastantes maridos», cuenta dejando escapar una sonrisa.

Con ella llegó al pequeño despacho de O Castro un pantógrafo italiano, una máquina que permite labrar en el mármol, con trazo seguro, letras y números. La máquina sigue funcionando a la perfección, pero se usa mucho menos que antaño. «Antes había campaña de difuntos, la gente cambiaba las lápidas o hacía arreglos. En verano, los emigrantes que venían de vacaciones también hacían arreglos en los cementerios, en las tumbas de sus familiares... Ahora nos faltan hasta la placas de la gruta de Santa María de Stains», dice. Y el comentario merece una aclaración: se trata de un templo en honor a María Magdalena excavado en una gruta en Francia y en el que los fieles suelen dejar placas de agradecimiento, a modo de exvotos. «Los emigrantes que venían de vacaciones se las llevaban para allá si tenían algo que agradecer», cuenta Julia.

Las costumbres han cambiado y han privado a talleres como el suyo de buena parte de su trabajo. Ella sigue adelante, aferrándose al oficio heredado, amado y peleado. «Pero a veces pasamos demasiado tiempo sin nada que hacer», explica, y eso la ha llevado a explorar nuevas posibilidades, ha cambiado la piedra por la tela y diseña bolsos que empieza a vender en las ferias.

El arte de sobrevivir

Cuenta Julia que la crisis entró en su taller alrededor del año 2010, «cuando las empresas funerarias comenzaron a absorberlo todo». Desde entonces, negocios como el suyo se mantienen con mucho esfuerzo y gracias a la calidad de cada pieza.