O Facho: las Pedras Santas del fin del mundo

SOCIEDAD

X. AMEIXEIRAS

Fisterra, destino de peregrinaciones desde el principio de los tiempos, es lugar de misterios y leyendas. Como las de las Pedras Santas, en el monte del cabo, un santuario pagano en el que descansó la Virgen.

09 mar 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

El viejo fin del mundo siempre fue un lugar al que llegaban los caminantes detrás de las almas que se dirigían al paraíso, donde el sol se hundía en el océano. Cada rincón de O Facho, en el monte del cabo Fisterra, está plagado de leyendas y sucesos fantásticos. Y justo en lo más alto están las Pedras Santas, dos rocas oscilantes que están casi pegadas y en las que, según la leyenda, descansó «a Nosa Señora». Son dos gruesas moles redondeadas que es posible balancearlas con muy poco esfuerzo. Y constituyen uno de los muchos espacios cristianizados en un rincón tan universal como el Promontorio Nerio de los romanos. Cuando en 1581 el polaco Erich Lassota peregrinó hasta el borde atlántico escribió: «Aun cuando no se pueden retirar ni con varias yuntas de bueyes, se pueden mover con un dedo». Semejan un altar y, aparte del interés que despiertan por sí mismas, están emplazadas en un mirador inigualable.

Cuentan Martín Almagro y Fernando Alonso Romero en su libro Peñas Sacras de Galicia que la tradición le atribuye a este tipo de penas abaladoiras «propiedades propiciatorias, adivinatorias y también fecundantes». Las Pedras Santas de Fisterra están en un lugar que supuestamente «sería sagrado por su dominio del océano y el territorio costero», apuntan los autores. Frente a ellas, el Atlántico muestra toda su inmensidad. Allá abajo, en la base del abismo, las olas estallan contra el acantilado. Desde lo alto, suena a estruendo de una guerra lejana.

El mar, que ofrece varios matices de azul, parece tan limpio que casi se adivinan las centollas paseándose por el fondo. Al norte, el Cabo da Nave regala una postal inolvidable: el macizo con su melena verde y las olas formando una borla blanca. Y en la punta, O Berrón, haciéndole frente a la furia de las corrientes. Al otro lado, el Centolo emerge sólido dejando un canal donde el barco de la Armada Blas de Lezo dio con sus aceros en el fondo en 1932 por querer utilizarlo de atajo.

Al darse la vuelta, Langosteira da el contraste de las aguas muriendo mansas sobre la arena. Y por el saliente, O Pindo, la gran masa granítica plateada, el Olimpo majestuoso.

Al lado de las Pedras Santas, un ave dejó su huevo blanco. La roca de la derecha mirando al sur, un poco más grande y menos redondeada que su compañera, tiene una cruz grabada. Está bastante desgastada, como si mucha gente la hubiese rozado.

Merodeando por el conjunto de la formación rocosa se puede comprobar la presencia de cuevas o grutas formadas por las inmensas peñas graníticas. Son muy estrechas y apenas cabe una persona. Todo ello invita a recordar otras leyendas del entorno, como la de Orcavella, una vieja y despiadada bruja que llegó a vivir 176 años. Comía a los niños que robaba día y noche. En el Facho fisterrán hizo una cueva y, para saciar su apetito sexual, se encerró en ella debajo de unas grandes losas abrazada a un joven pastor que cuidaba ganado en el monte. A los lamentos del infeliz acudieron sus compañeros, pero tuvieron que huir porque el lugar estaba custodiado por decenas de serpientes furiosas. Históricamente, los peregrinos eran advertidos de que no intentasen abrir la gruta porque el que lo hiciese moriría antes de un año a causa de la maldición de la vieja infernal.