Se retoma el interrogatorio al monstruo de Mazan que quedó a medias el martes por la tarde
20 nov 2024 . Actualizado a las 17:55 h.—Me gustaría mirar a los ojos a mi hija. Me duele verla así.
—¡Nunca vendré a verte, Dominique! ¡Terminarás solo como un perro!
Eran las nueve y media de la mañana cuando resonó en la sala de audiencias del Tribunal de Aviñón el tenso diálogo. Por un lado, Dominique Pelicot —quien drogó y violó a su mujer Gisèle, de 71 años, y reclutó a más de 80 hombres para que hicieran lo mismo— con su habitual actitud lacrimosa; por el otro, su hija Caroline Darian, que no solo le reprocha los horrores que cometió sobre su madre, sino que también cree, aunque no hay pruebas evidentes de ello, que aplicó el mismo modus operandi con ella.
Las disculpas, con una credibilidad cuestionable, de este delincuente sexual a su hija que lo odia marcaron la sesión del juicio de este miércoles. Era la última vez en que los abogados podían preguntar en la sala a Dominique Pelicot, de 71 años, cuyo interrogatorio se había quedado a medias el martes por la tarde. Expresó su supuesto arrepentimiento a su exmujer, «que siempre guardaré en lo más profundo de mí». Pero sobre todo se dirigió a su hija, autora del libro Et j'ai cessé de t'appeler papa (He dejado de llamarte padre).
«Sé lo que hice y lo que no hice»
La abogada Béatrice Zavarro, de 55 años, quien se encarga de la defensa del considerado como «uno de los peores delincuentes sexuales de los últimos 20 años» en Francia, llevó las riendas de ese interrogatorio. Fue un momento en que se vieron las buenas dotes para el derecho penal de esta carismática letrada de pequeña estatura y pelo corto blanco. «¿Puede hablarme de su relación con Caroline?», le preguntó Zavarro. «Cuando le hicieron una operación dental, fui a las seis de la mañana al hospital (…). Recuerdo haberla rescatado de alguien que la pegaba durante unas vacaciones. De haberla llevado e ido a buscar a la discoteca, porque temía que le pasara alguna cosa», explicó Pelicot. Mientras recordaba esos momentos, el rubor invadió el rostro de Caroline y se le pusieron los ojos llorosos.
Los horrores perpetrados por Dominique no solo dejaron a «su familia en ruinas», como dijo el lunes su hijo mayor David, sino que también alargaron la sombra de la sospecha de los actos que pudo cometer y de los que no se disponen de pruebas fehacientes. Entre las decenas de miles de imágenes y vídeos pornográficos que conservaba el principal acusado en su ordenador, los investigadores encontraron una fotografía de su hija medio desnuda mientras dormía. «Sé lo que hice y lo que no hice», aseguró Pelicot, quien defiende que no fue él el autor de esa imagen. Según su versión, la hallaron en una cámara de vídeo «que no utilizaba desde hacía años».
«No puedo añadir nada más, no puedo decirle nada: ella (Caroline) nunca me creerá. Voy a morir como un perro. No le pido que venga y se ponga detrás de mi féretro, ya que no habrá ningún féretro», declaró el instigador de esta trama. Después de que su abogada le propusiera que dedicara unas últimas palabras a Gisèle, Pelicot hizo una extraña parábola discursiva en que terminó insistiendo en que nunca había tocado a sus hijos. Su insistencia de que no ha cometido abusos pedófilos ha resultado una de sus obsesiones durante los más de dos meses de juicio.
Víctima de una «violación masiva»
Tras ese interrogatorio, tuvieron lugar durante la mañana y mediodía los alegatos de los abogados de Gisèle Pelicot, sus tres hijos y sus nietos. El letrado Antoine Camus advirtió de los límites del código penal a la hora de establecer lo sufrido por esta jubilada francesa, convertida en un símbolo feminista que sobrepasa las fronteras de Francia. «Es la víctima de una violación masiva (…), esta tipificación no existe», dijo. De hecho, describió lo ocurrido entre el 2011 y el 2020 en el domicilio de los Pelicot en Mazan como «la banalidad del mal de Hannah Arendt que toma la forma de violaciones —alrededor de unas 200— por puro oportunismo y cobardía».
«Estamos en el 2024 y aún tenemos que escuchar a hombres acusados de violar que ellos son las víctimas», lamentó, por su lado, Stéphanne Babonneau, el otro letrado de Gisèle. En medio de este juicio que ejemplifica la «cultura de la violación» y lo tenebroso de que Pelicot pudiera reclutar a más de 80 hombres para que penetraran a su mujer sin su consentimiento, el segundo abogado intentó transmitir cierta esperanza al defender que lo ocurrido forma parte «de un testamento para las futuras generaciones». Y terminó su discurso dirigiéndose a Gisèle: «Tengo la certeza de que hizo su trabajo y que incluso superó lo que podíamos esperar de usted».