«Este no fue mi último cartucho, yo soy madre adoptante por convicción»

Fina Ulloa
Fina Ulloa OURENSE / LA VOZ

SOCIEDAD

Tamara está en la fase final del proceso y convive desde hace unos meses con el nuevo miembro de su familia
Tamara está en la fase final del proceso y convive desde hace unos meses con el nuevo miembro de su familia MIGUEL VILLAR

Tamara inició el proceso de adopción hace seis años como solicitante para menores de entre cero y tres años pero ha ido abriendo las opciones y el nuevo miembro que llegó hace unos meses a su familia tiene once

21 dic 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Tamara siempre tuvo claro que quería crear su propia familia, pero también que sería madre adoptante. «Yo creo que mi proceso empezó cuando yo tenía once años y vino un niño de acogida a mi casa. Mucha gente piensa que esto es la última etapa, el último cartucho a quemar en un proceso de infertilidad antes de desistir, pero mi camino no fue ese. Yo soy adoptante por convicción», comenta.

En su opinión tomar ese camino requiere de un compromiso que va más allá del anhelo personal. «Por supuesto, llegas con deseo de ser madre, de hacer una familia, pero hace falta mucho más. Hay que anteponer las necesidades de un niño que está en el sistema de protección a ese deseo. No puede ser solo un camino de planificación familiar. Una de las grandes mentiras que durante años se mantuvo es que el pasado no importa, como si los niños nacieran cuando llegan a ti. No es verdad. Si están en el sistema de protección es porque hay un pasado y encima no suele ser agradable. Seguramente esa etapa fue dañina y tiene unas consecuencias para las que hay que estar preparado para saber acompañar. Se dice que el amor todo lo puede y yo creo que aunque, efectivamente, el amor es imprescindible, a veces no es suficiente», dice.

Tamara cree que no es razonable tratar a un niño adoptado como si no lo fuera. «Yo creo que si lo haces así, estás desatendiendo ese daño anterior e incluso a su familia de origen, con la que en ocasiones estos niños que están en el sistema de protección, han seguido en contacto, y eso puede generarles un conflicto interno, que sientan que están traicionando a esa otra familia», amplía. Esta mamá adoptante ha ido puliendo todas estas reflexiones a lo largo de un proceso que oficialmente arrancó en el 2018, cuando le dieron el certificado de idoneidad. Después de solventar las etapas informativas y el curso que se imparte desde el propio sistema institucional a los aspirantes, Tamara decidió seguir formándose para estar lo mejor preparada posible cuando llegase el momento. En ese proceso contactó con la asociación Manaia, lo que le dio la oportunidad de conocer la experiencia de otras familias pero también de personas que en su día han sido menores adoptados. «Creo que es importante escucharlos a ellos», dice.

En su caso, ese proceso de aprendizaje le llevó a enfocar de manera distinta y más amplia su deseo. «El sistema no te permite elegir las características externas ni nada de eso, ni el sexo, ni el fenotipo, pero sí puedes indicar tus preferencias de edad, porque hay personas que no se consideran preparadas para, por ejemplo, para asumir bebés o, al revés, niños más mayores. Yo inicialmente había puesto de cero a tres», cuenta. Luego lo amplió a siete. Pero Alex, la persona que desde hace ya unos meses forma parte de su hogar, llegó con once.

Otra de las cuestiones que los adoptantes dejan fijadas es si optan por una adopción internacional. Así lo hizo Tamara, pero cuenta que en ese proceso de formación, mientras esperaba que llegase el momento de convertirse en madre adoptante, también empezó a verlo de otra manera, a evaluar aspectos en los que no había pensado antes. De lo que le contaron las personas que fueron en su día menores adoptados en el extranjero aprendió términos como el daltonismo blanco y supo de una realidad que desconocía. «Cuando es pequeño y va a tu lado, tu presencia lo protege: es tu hijo. Pero cuando llega a adolescente y sale por ahí solo, por mucho que enarbole el DNI, no funciona porque es racializado. Sufren un montón y cuando llegan a casa, aunque los padres los van a apoyar, nunca van a entender exactamente cómo se sienten porque nunca han sufrido racismo. Y luego está la situación de desarraigo porque para la sociedad que los rodea son extranjeros pero si van a su país tampoco encajan porque no tienen ni el poso cultural ni las tradiciones ni el idioma de allí», dice.

Ella había optado por Vietnam pero el coste económico de las traducciones de los documentos, las cantidades económicas «que te piden disfrazadas de donaciones» y las dudas sobre la situación real de los menores, acabaron de desanimarla. «Empecé a oír historias sobre que no estaba del todo claro que esos niños no tuvieran una familia de origen. Me planteé si podría mirar a la cara a mi hijo y decirle que su familia no estaba allí buscándolo, que yo me lo traje sin asegurarme de eso. Así que sopesando todos esos aspectos, decidí renunciar», resume esta vecina de Ourense que después de seis años está iniciando una nueva etapa vital como madre.