Hace 30 años que la filosofía venía alertando de esto: hemos vuelto a un régimen feudal en el que los señores ya no son caballeros, sino los dueños de las grandes tecnológicas. Ahora que Mark Zuckerberg ha decidido seguir la senda del retroceso que va abriendo a machetazos Elon Musk, empieza a haber aspavientos y discursos sobre los peligros a los que se enfrentan las democracias. Pero este problema lleva mucho tiempo ahí, sin que nadie le hiciese demasiado caso. Ni siquiera el escándalo de Cambridge Analytica trajo consecuencias.
Hoy, con el quijote Donald Trump bien acompañado por su escudero de la desinformación, hay una señora que ha decidido hacer pasar por verdad que Hitler era comunista —una manipulación torticera y chabacana— en la red social que el ricachón se compró, precisamente, para hacer bandera del miente, que algo queda.
Al final, será todo lo que quede. Meta, que ha ido comprando una red social de éxito tras otra, también se ha apuntado al carro de mirar hacia otro lado cuando los bulos campan a sus anchas. Se escuda su dueño ahora en una supuesta libertad de expresión que no duda en cercenar cuando, Dios mío, aparece la sombra de un pezón femenino en la pantalla. Ya lo decía el filósofo Javier Echeverría: la nube se ha convertido en la nueva caverna.