El choque de realidad de Ana Guerra en el Museo del Prado: «Me di cuenta de que nadie me estaba mirando a mí»
SOCIEDAD
«Estaba rodeada de mucho más arte del que tengo yo», sacó como conclusión la cantante canaria al ir a la pinacoteca madrileña por consejo de su terapeuta
23 ene 2025 . Actualizado a las 20:06 h.Ana Guerra pasó del anonimato a ser uno de los rostros más conocidos de nuestro país en cuestión de meses. Tras su paso por Operación Triunfo en su exitoso regreso, la canaria tuvo que aprender a marchas forzadas a gestionar la fama y también su propio ego. Precisamente de ese tema ha hablado en un coloquio conducido por Anne Igartiburu, titulado Ego y éxito: cómo no perderte en el camino. Y lo que hizo clic en ella para volver a tener los pies en el suelo, para relativizar su éxito, fue una simple visita al Museo del Prado de Madrid.
La canaria estaba bloqueada tras su paso por el talent show. La autoexigencia, los titulares de los medios de comunicación y los comentarios en redes sociales, incluso los bienintencionados, habían hecho mella en ella. Tanto, que incluso acciones cotidianas como ir al supermercado o al cine se habían convertido en hazañas imposibles para ella. Era algo que, creía ella, le había inculcado la propia presión social. «Ser normal parecía que no estaba dentro de los planes de ser cantante», confiesa. Y el escrutinio público suponía un lastre para avanzar. «Allá a donde iba, notaba la mirada del de enfrente que me juzgaba», asegura.
La solución le vino por parte de su terapeuta, Gloria, con la que aprendió a gestionar ese ego que la había acompañado ya desde que era pequeña, cuando incluso una profesora le advirtió sobre su necesidad de llamar la atención, y que se acentuó tras su paso por OT. El ejercicio era sencillo: ir sola al Museo del Prado.
Si ir al súper o al cine ya le imponía, mucho más ir a la importante pinacoteca nacional. Pensaba que todo el mundo iba a juzgar «qué hacía Ana Guerra sola en el Prado». Cuando llegó, admite que le sudaban las manos y se sentía especialmente indispuesta. A su alrededor, cientos de visitantes que, creía ella, la habían reconocido y ya estaban preguntándose qué pintaba allí.
Al cabo de un tiempo, se dio cuenta de que su nerviosismo tenía otro origen. Justo el contrario. «Después de 20 minutos, consigo ver que nadie me estaba mirando allí, ni se habían dado cuenta de quién era yo», admite. Al analizarlo, encontró la enseñanza que pretendía mostrarle su terapeuta. «Me di cuenta de que el Museo del Prado estaba rodeado de mucho más arte del que tengo yo», reconoce la canaria, «era algo mucho más conocido de lo que soy yo».
La visita al Prado ayudó a que Ana Guerra relativizase entonces su carrera y su figura. Es algo necesario en la gestión del éxito y las expectativas, como le recuerda la psicóloga Andrea Vicente. Y Guerra, aunque tardó en darse cuenta, consiguió con el tiempo dejar de darle tanta importancia a ciertas cosas. «Estuve a punto de quedarme calva», reconoce. Ahora, asegura que cada vez que se enfrenta a alguna dificultad en su trabajo, y en la gestión de su ego, se dice: «Ahora mismo, hay un cirujano salvándole la vida a una persona».
Aun así, también responsabiliza en buena medida a la industria de esa presión asfixiante a la que se enfrentan todos los artistas. «Nos exponen a competir todo el tiempo», denuncia, «yo nunca me había comparado con mis compañeros hasta que las redes y la industria me obligó a ello». Pero ya no lo hace, o al menos intenta que no le afecte.
Ana Guerra también evidencia las diferencias entre ser hombre o mujer en cualquier sector. «Nos quitan la confianza de saber decir en qué somos buenas», lamenta. Algo en lo que sus compañeras de coloquio no pueden evitar darle la razón: «Reclamar nuestro espacio es percibido como que somos altivas», dice la tiktoker Celia Castle, mientras todas convienen en que, al contrario, los hombres que reclaman y se vanaglorian de sus triunfos son vistos como unos líderes a seguir.