Las frases que han definido el papado de Francisco: reformismo, tolerancia y unas cuantas meteduras de pata

Paulino Vilasoa Boo
P. VILASOA REDACCIÓN

SOCIEDAD

El papa Francisco, en una fotografía de archivo.
El papa Francisco, en una fotografía de archivo. Simone Risoluti / Vatican Media | EFE

El pontífice se ha caracterizado por una cercanía y apertura de miras que le han granjeado apoyos incluso desde sectores muy alejados de la Iglesia, aunque también muchas críticas de los sectores conservadores

23 abr 2025 . Actualizado a las 09:39 h.

Los casi 12 años del papa Francisco como sucesor de san Pedro han supuesto un revulsivo en el Vaticano. Tanto por el giro de timón radical que supuso para la Iglesia católica en sus ideales, con posturas progresistas sobre el colectivo LGTBi, la justicia social o el tercermundismo, como en sus formas, mucho más campechanas y tildadas en ocasiones impropias de un pontífice. Una figura reformista que se ha granjeado tantos admiradores insospechados desde fuera de la Iglesia como detractores en el seno de la Curia y que no ha estado exenta de polémica. Tanto se mostraba tolerante con los homosexuales como pedía que se evitase la «mariconería» en los seminarios; lo mismo defendía un mayor papel para las mujeres en la Iglesia que afirmaba que los cotilleos eran cosas femeninas o calificaba a la «lengua como el pecado de las suegras». La verborrea natural de Francisco ha dejado una buena muestra de frases inesperadas, desde las más profundas a las más llanas, que sirven para ilustrar el estilo particular y la transformación ideológica de la política del Vaticano.

«Si una persona es gay y busca a Dios y tiene buena voluntad, ¿quién soy yo para juzgarlo?». Si hay algo que ha marcado profundamente a muchos católicos durante el papado de Francisco ha sido su tolerancia hacia el colectivo LGTBI+. No solo a través de esa reflexión, sino también cuando abrió la puerta a que los sacerdotes bendijesen a las parejas en situación irregular, lo que incluía a las uniones del mismo sexo. «Tienen derecho a estar en una familia, son hijos de Dios, tienen derecho a una familia», dijo como justificación ante la oleada de críticas dentro de la curia. Y dio incluso la posibilidad de que los homosexuales que conviviesen en pareja pudiesen ser padrinos en los bautizos.

«Nadie se escandaliza si doy la bendición a un empresario explotador, pero sí cuando se la doy a un homosexual». De cara a acallar a sus críticos, el papa Francisco contrastó una de sus mayores críticas al sistema actual, el de la explotación por parte de los poderosos, con los derechos de los colectivos LGTBI. Consideró que «la bendición no hay que negársela a nadie», y defendió que «los pecados más graves» son «los que se disfrazan con una apariencia más angelical».

«La Iglesia no es una aduana». Estas son las palabras que dijo en una cena pública con un grupo de transexuales que se ganaban la vida prostituyéndose en las afueras de Roma. También en el programa Amén. Francisco Responde, producido por Jordi Évole, el pontífice les abría la puerta a trans o personas no binarias que querían abrazar a dios. Y frente a los párrocos o religiosos que difundían mensajes de odio, respondió: «Esa gente son infiltrados, que se aprovechan la escuela de la Iglesia para sus pasiones personales; es una de las correcciones de la Iglesia»

«Al cubrir los abusos, se propagan». Precisamente el mayor pecado en el seno de la Iglesia fue el abuso a menores, contra lo que el papa Francisco adoptó una política mucho más combativa que sus antecesores, también en el programa preparado por Jordi Évole. Lo calificó como «una enfermedad» y él mismo se hizo «cargo de pedir perdón por el daño que han hecho». Lamentó las estadísticas que se fueron conociendo, «que hacen temblar», y que calificó de vergüenza. «Con los chicos no se juega», determinó.

«El celibato voluntario no es una solución». En cuanto al funcionamiento de la Iglesia, el pontífice planteó algunos cambios. Uno de ellos, abrir la puerta a ordenar a los hombres casados. «Necesitamos considerar si el viri probati puede ser una posibilidad», dijo sobre la opción de que se puedan hacer sacerdotes a personas con cónyuge que lleven una vida cristiana madura y contrastada, como ha sucedido en algunas iglesias del rito oriental. Se refería, eso sí, a personas ya casadas, pero sin dar la opción a curas solteros que quisieran desposarse. Y, sobre todo, de cara a ciertas «comunidades remotas» con falta de sacerdotes. Pero abolir el celibato nunca estuvo en sus planes.

«La Iglesia no puede ser Iglesia sin la mujer». El otro tema era la posible ordenación de las mujeres. Cosa a la que cerró del todo la puerta, aunque sí apoyó darles un mayor papel preponderante a las componentes femeninas de la Iglesia. «Hay que darles más lugar», defendió.

«María, la influencer de dios». En uno de sus discursos más recordados, el papa calificó de esencial el papel de una mujer para la Iglesia católica: el de la virgen María, a la que calificó de influencer y consideró que ese era el camino a seguir para los católicos que quieren propagar la palabra.

«Algunas congregaciones hacen el experimento de la inseminación artificial». La investigación al monasterio de las Madres Mercedarias, en Santiago de Compostela, por monjas llegadas de la India de las que se sospechaba que habían sido retenidas en contra de su voluntad llegó al Vaticano. Y el papa Francisco comparó la costumbre de muchos conventos de traer a hermanas extranjeras con la inseminación artificial. «¿Por qué el vientre de la vida consagrada se vuelve estéril?», se preguntó, «lo que hacen es acoger, y vienen, vienen, vienen y después los problemas». «¡Se debe acoger con seriedad», consideró. Meses después, presentó una reforma de los conventos de clausura con una nueva Constitución.

«Es sano ventilar las cosas; es muy sano». Todas sus propuestas aperturistas en lo social y reformistas en el seno de las instituciones eclesiástica fueron muy mal vistas por los sectores ultraconservadores del clero. Algunos, de hecho, llegaron a desearle la muerte. Fueron varios sacerdotes españoles en una tertulia semanal en YouTube, y que luego dijeron que se trataba de una broma. Pero a Francisco no le sentó del todo mal, y dijo que era un buen signo que se ventilen las resistencias en el seno de la Iglesia, y que no solo las digan a escondidas. 

«La lengua es uno de los pecados de las suegras». Pero, a pesar de su avance en ciertas cuestiones sociales, el papado de Francisco también estuvo marcado por esos comentarios fuera de lugar en los que se deslizó algún tufo machista. Como cuando, defendiendo que se trate mejor a las suegras, pero al mismo tiempo instando a estas a no criticar, a tener cuidado con sus lenguas. «Es cierto que a veces son un poco especiales, pero han dado todo», dijo en su polémico discurso en la plaza de San Pedro, «a vosotras, suegras, os digo: tened cuidado con vuestras lenguas. Es uno de los pecados de las suegras, la lengua».

«Los cotilleos son cosas de mujeres». Otro de esos comentarios machistas sucedió en una reunión a puerta cerrada con jóvenes sacerdotes, donde dijo algunas frases anticuadas y plagadas de clichés. «Nosotros llevamos los pantalones, somos los que debemos decir las cosas», les comentó a los chavales para que dejasen los chismorreos y las habladurías en los corrillos internos. Lo peor del tema es que todo esto llegaba apenas unos días después de pedir perdón por la siguiente frase de esta lista.

«Hay mucha mariconería en los seminarios». Su postura mucho más abierta que sus predecesores en la tolerancia hacia el colectivo LGTBI —no era difícil, ya que tanto Juan Pablo II como Benedicto XVI se caracterizaron por una moral sexual ultraconservadora— no significó un aperturismo completo hacia los homosexuales. Su comentario sobre el «ambiente marica» en los centros de formación de sacerdotes ya dejaba visibilizar sus prejuicios. Fue en una reunión a puerta cerrada, en la que pidió que no se admitiesen homosexuales en los seminarios. Y a ello se unieron otras reflexiones, como la que indicaba que las prácticas entre personas del mismo sexo seguían siendo «un pecado».

«El aborto es un crimen. Es lo que hace la mafia, ¿eh?». También un pecado consideró en todo momento el aborto, incluso en casos de violación. En eso no se separó de sus predecesores. Consideró que era un crimen, «eliminar a uno para salvar a otro», exactamente lo que hacen las organizaciones criminales, comparó Bergoglio. «Es un mal absoluto». Aunque, como con casi todos los pecados, consideró que es necesario absolver a quienes lo han predicado y se han arrepentido. «El perdón de dios no se puede negar», dijo.

«Evitar el embarazo no es un mal absoluto». En lo que sí se diferenció con rotundidad de Juan Pablo II o Benedicto XVI fue en su defensa de los métodos anticonceptivos. Fue una de las mayores críticas que había tenido en su papado Karol Wotjila, que incluso en los peores momentos del sida en África se resistió a abrir la mano sobre este asunto. Pero para el papa Francisco, sin embargo, evitar quedarse embarazada no era ni mucho menos «el mal absoluto» que es el aborto.

«Para ser buen católico no hay que tener hijos como conejos». De hecho, el papa llegó a recomendar justo eso en las familias católicas. En su preocupación por las clases populares y por la pobreza, Francisco respondió así a una pregunta sobre las polémicas en Filipinas por el control de natalidad y el uso de contraceptivos. Aconsejó a los confesores que fuesen comprensivos con estas situaciones, y que el deber de los cristianos no era hacer «hijos en serie». Incluso regañó a una mujer embarazada del octavo hijo, que llevaba ya siete cesáreas. «¿Quiere dejar huéranos a siete? Eso es tentar a dios», le dijo.

«Perros y gatos ocupan el lugar de los hijos». Si bien entendió la necesidad de la contracepción en ciertos casos, también criticó lo contrario. Lo que él llamó «un nuevo neomaltusianismo universal que ya está en marcha», y que afectaba a países como Italia o España, donde se ha desplomado el número de nacimientos. «Muchas parejas no tienen hijos porque no quieren o tienen solamente uno porque no quieren más, pero tienen dos perros, dos gatos…», lamentó. Y calificó la decisión de no ser padre como una «elección irresponsable y egoísta».

«Una persona que piensa en construir muros y no en construir puentes, no es un cristiano». Con esas palabras se refirió a Donald Trump y su famoso plan para la frontera con México. Para el papa Francisco, el apoyo a los emigrantes que van en busca de oportunidades mejores fue una gran seña de identidad. Y la vio también como una de las alternativas de cara a la baja natalidad en muchas de las grandes potencias avanzadas. Su mandato viró la política del Vaticano desde el claro alineamiento con Estados Unidos y el anticomunismo de Juan Pablo II a un acercamiento a los países en vías de desarrollo, con gran conexión con Latinoamérica y hasta un acercamiento inédito a China, con quienes llegó a un acuerdo para el nombramiento conjunto de obispos en el gigante asiático.

«Los campos de refugiados son campos de concentración». La delicada crisis de refugiados a la que tuvo que hacer frente Europa también llegó al discurso del papa Francisco, que se quejó de las pésimas condiciones de los centros de acogida, y que llegó a comparar con los campos de concentración nazis. Y, claro, la cosa no sentó nada bien a Israel.

Del «derecho a defenderse» a tildar de «genocidio» la situación en Gaza. Precisamente la relación con el estado hebreo fue cambiante para el papa Francisco. Tras los primeros ataques de Hamás el 7 de octubre, Francisco afirmó que «quien ha sido atacado tiene derecho a defenderse». Pero con el paso del tiempo, y la reacción de Israel, su discurso dio un giro radical. «Según algunos expertos, lo que está sucediendo en Gaza tiene características de un genocidio», denunció.

«No existe un dios de la guerra». Contrario al conflicto de civilizaciones, y seguro de que se está viviendo «una Tercera Guerra Mundial a trozos», el papa Francisco también se caracterizó por su defensa del diálogo entre religiones, recordando que «todos somos hijos de dios» a pesar de las distintas creencias. «Muchos piensan distinto, sienten distinto, buscan a dios o lo encuentran de diversa manera», dijo. Pero clamó siempre contra los extremismos, que calificó de «traición a la religión». «No existe un dios de la guerra», afirmó, «el que hace la guerra es el maligno, el diablo, que quiere asesinar a todos».

«Si alguien dice una mala palabra en contra de mi mamá, puede esperarse un puñetazo». Aunque se mostró siempre en contra de los extremismos, su polémica reflexión tras los ataques islamistas al semanario humorístico Charlie Hebdo desató una gran polvareda entre católicos y laicos. «Matar en nombre de dios es una aberración», dijo, «pero tampoco se puede provocar ni insultar la fe de los demás». Y entonces soltó lo del puñetazo, que muchos vieron como una frase simpática para pedir que haya más respeto por las religiones, mientras otros lo vieron como una salida de tono imperdonable.

«Para ser católico como aquel, es mejor ser ateo». Con esta rotunda frase se refirió el papa Francisco a una de sus grandes batallas, la de la justicia social. Según el pontífice, había muchos católicos que se dedicaban a explotar a otras personas. «Escandalizan», consideró. 

«Debe haber más impuestos para los billonarios». Y aquí estaba una de las visiones que le granjeó más enemistades de los poderosos a Francisco, y que, por contra, para sus seguidores, era lo que más le acercaba a los postulados de Jesucristo. «El diablo siempre entra por el bolsillo», dijo parafraseando a su abuela. El pontífice consideraba que hacía falta gravar más a los hombres más ricos, consideró un «pecado gravísimo» pagar en negro y también vio la necesidad de un «salario básico universal», especialmente en un contexto de automatización e inteligencia artificial. «Para que en tiempos de precarización laboral, nadie esté excluido de los bienes básicos necesarios para la subsistencia».

«Los comunistas nos han robado la bandera de los pobres». En relación a esto, Bergoglio considera que no hay nada virtuoso en acumular, sino en distribuir. «Las riquezas son para compartir, para crear, para fraternizar», argumentó, «Jesús no acumulaba, sino que multiplicaba y sus discípulos distribuían». Y defendió el derecho a la tres t (tierra, techo y trabajo).

«El internet es un regalo de dios». Aunque el primer papa tuitero fue su predecesor en el cargo, Benedicto XVI, lo cierto es que su presencia en redes como pontífice fue fugaz. Abrió la cuenta en diciembre del 2012, y apenas tres meses más tarde era ya Francisco quien le recogía el testigo. Su presencia en la web, en donde fue muy activo, le permitió mostrar también su cercanía a través de internet, al que calificó como «regalo de dios». E invitó a los seguidores de la Iglesia a expresarse online y a no tener miedo de utilizar la tecnología para propagar la palabra. «Abrir las puertas de las iglesias significa abrirlas asimismo en el mundo digital», defendió.

«Las apuestas aparecen como una falsa ilusión de salvación individual». Pero las posibilidades de internet también vienen acompañadas de ciertos peligros contra los que también alertó Francisco. Especialmente hacia las apuestas deportivas. «Me da tanta tristeza ver que algunos partidos de fútbol y estrellas deportivas promueven plataformas de apuestas», reflexionó, tras calificarlo de adicción que «destruye familias enteras».

«Hay que evitar encerrarse en una esfera hecha de informaciones que solo corresponden a nuestras expectativas». Y al otro gran peligro de internet, las fake news, también les dedicó parte de sus discursos el papa Francisco. Aunque animó a usar las redes, también aprovechó para advertirles de los problemas que pueden venir de la exclusión y la manipulación omnipresentes en la web.

«La Iglesia debe disculparse». Y han sido muchas las veces que el papa Francisco pidió perdón. Lo hizo «hacia esta persona que es homosexual y a la que se ha ofendido, también a los pobres, a las mujeres explotadas, a los niños explotados por su mano de obra», pero también a «los lugares en guerra por haber bendecido muchas armas». Y en su apuesta por el Tercermundismo, también a los lugares que sufrieron la colonización o las malas prácticas de la Iglesia; desde Canadá, con la que se disculpó por la destrucción cultural de los indígenas, como a México, cuando les dijo: «Tanto mis antecesores como yo mismo hemos pedido perdón por los pecados personales y sociales».