
La verdad es que a ella se aplican todas las acepciones que el diccionario recoge para el adjetivo tremenda: muy grande, extraordinaria, traviesa, incorregible, que causa terror y como bola extra y locución adverbial, dando demasiada importancia a aquello de lo que se habla. Todo eso es Karla Sofía Gascón, incluso más, porque se ha permitido, por un segundo, hacer un paralelismo entre su ascenso y posterior (y tremenda) caída y el viacrucis. Así, sin despeinarse, la grandeza, a veces delirante, la ha vuelto a sacar en la televisión, presentándose como una víctima de la cultura de la cancelación, de un complot, de una mano negra. Todo, en un programa en prime time y de máxima audiencia.
En algo sí tiene razón y es en la impúdica actuación del sistema, que ha ido mucho más allá de Poncio Pilato lavándose las manos mientras la turba pedía venganza. Fueron los mismos que la encumbraron —quizá demasiado rápido, quizá no por las razones correctas— poniendo como excusa la actuación los que al poco tiempo la derribaron sin miramientos cuando había dejado de ser útil, o más bien descubrieron que se había convertido en un problema. La industria nunca ha tenido piedad y esta vez tampoco iba a marcar la diferencia. Por mucho que Emilia Pérez sea tremenda. Elijan la acepción que más les convenga.