Adiós a Francisco, el primer papa sudamericano: un pontífice «del fin del mundo» que miraba a los pobres

VALENTINA SAINI VENECIA / E. LA VOZ

SOCIEDAD

Remo Casilli | REUTERS

El argentino se comprometió con los marginados, la paz y el medio ambiente

21 abr 2025 . Actualizado a las 15:37 h.

Francisco, nacido Jorge Mario Bergoglio en Buenos Aires en 1936 y fallecido este lunes a los 88 años, pasará a la historia no solo por ser el primer pontífice nacido en el Nuevo Mundo, sino también por impulsar a la Iglesia a dedicar la máxima atención a los marginados y a lo que hoy se conoce como el Sur Global, como no ocurría desde hacía tiempo.

Incluso el nombre papal que escogió, cuando fue elegido por el cónclave el 13 de marzo del 2013, fue un homenaje a los pobres, porque San Francisco fue «el pobrecillo de Asís», el hijo de un rico comerciante que se deshizo de todos sus bienes para llevar una vida ascética y cercana a los últimos y a los desheredados. En su primera exhortación apostólica, Evangelii gaudium, Francisco lo dijo con la claridad tan típica de su pontificado: «Quiero una Iglesia pobre para los pobres. Ellos tienen mucho que enseñarnos. Además de participar del sensus fidei, en sus propios dolores conocen al Cristo sufriente. Es necesario que todos nos dejemos evangelizar por ellos».

En la Evangelii gaudium hasta citó la llamada «opción preferencial por los más pobres», expresión acuñada por el Consejo Episcopal Latinoamericano y Caribeño en Medellín (Colombia) en 1968, que se convirtió en el eje de la teología de la liberación, inspirando a gran parte del clero sudamericano. Bergoglio, ordenado sacerdote en 1969, fue bastante crítico con teólogos «de izquierdas» como el peruano Gustavo Gutiérrez y el brasileño Leonardo Boff. Sin embargo, siempre mostró una gran solidaridad hacia los marginados, con acciones concretas y dando el ejemplo. 

Nacido en el barrio de Flores de Buenos Aires de una familia de origen italiano, tras obtener un diploma de técnico químico y una serie de trabajos ocasionales, Bergoglio sintió la vocación y decidió ser sacerdote, incorporándose en 1958 al noviciado de la Compañía de Jesús, la orden de los jesuitas. Después de un complejo camino espiritual e intelectual entre Chile, España, Alemania y, por supuesto, su Argentina natal, durante el cual compaginó su actividad pastoral con la de profesor y estudioso (aunque nunca logró completar su tesis doctoral), en 1992 fue nombrado por Juan Pablo II obispo titular de Auca y auxiliar de Buenos Aires. Eran los años en que la democracia se consolidaba en Argentina, después del período de la dictadura de los generales y de la atroz Guerra Sucia. Años de esperanza, pero también de inquietud y expectativas defraudadas.

Como lema, Bergoglio escogió Miserando atque eligendo, que significa «miró con misericordia y lo eligió», procedente de las Homilías de San Beda el Venerable, sacerdote: «Vio a Jesús un publicano y como lo miró con sentimiento de amor y lo eligió, le dijo: Sígueme». Ese lema está hoy en su escudo papal, que también contiene el emblema de los jesuitas, la estrella, que simboliza a la Virgen María, y la flor de nardo, el símbolo de San José.

Fue el cardenal Antonio Quarracino, también de origen italiano, quien quiso que fuera destinado a Buenos Aires porque apreciaba las cualidades humanas y espirituales del futuro papa, y tras su muerte, en 1998, Bergoglio le sucedió como arzobispo de Buenos Aires. La capital argentina, una de las metrópolis más pobladas de América Latina, nunca ha sido una ciudad fácil. Como arzobispo, Bergoglio hizo todo lo posible por guiar a un rebaño que se enfrentaba al desempleo, la inflación, la pobreza crónica y la inestabilidad política. Consiguió ganarse el favor de muchos con su forma de ser concreta y humilde, que se traducía también en el uso de medios de transporte público y en una vida austera. Como confirmaron a La Voz fuentes en el Vaticano, «si hay algo que el Papa detesta es la ostentación, la considera una ofensa a Dios y a los últimos».

En el 2001, Juan Pablo II lo creó cardenal. Muchos asumieron que ese sería el pináculo de la carrera eclesiástica de Bergoglio, que le sería imposible convertirse en papa debido a una operación quirúrgica que sufrió en su juventud y en la que le extirparon parte del pulmón derecho. Su elección como papa en el 2013 fue una sorpresa, incluso para él. De hecho, al saludar a los fieles que celebraban su elección en la plaza de San Pedro, Francisco dijo: «Hermanos y hermanas, buenas tardes. Sabéis que el deber del cónclave era dar un obispo a Roma. Parece que mis hermanos fueron a buscarlo casi al fin del mundo».

Quedó claro de inmediato que Francisco no sería un papa convencional. Por ejemplo, fue el primero en no residir en el suntuoso Apartamento Papal, sino en la Domus Sanctae Marthae o Casa de Santa Marta, un alojamiento bastante austero dentro del Vaticano. Además, trató de transformar profundamente la Iglesia, haciéndola «menos clerical y menos vertical, más receptiva a los impulsos de todos sus miembros. En una palabra, sinodal», explica a La Voz Massimo Faggioli, profesor del departamento de teología y ciencias religiosas de la Villanova University, en Filadelfia. «Y, por supuesto, una Iglesia global, que ya no depende como antes de la matriz eurooccidental, sino que es capaz de reflejar su presencia en todos los países y continentes».

El del papa Francisco, destaca el académico, ha sido «un pontificado poco predecible y provocador por su lenguaje y su atención directa a los marginados, a las periferias, y también por la constante polémica contra cierto tipo de clericalismo y moralismo típico del catolicismo burgués occidental».

En el 2015, Francisco sorprendió al mundo con la encíclica Laudato si, centrada en el cuidado de la casa común, la Tierra, en la que evocó una ecología integral «inseparable de la noción de bien común, un principio que cumple un rol central y unificador en la ética social», y recordando que «una ecología integral implica dedicar algo de tiempo para recuperar la serena armonía con la creación, para reflexionar acerca de nuestro estilo de vida y nuestros ideales». 

La tercera prioridad de su pontificado, además de la atención a los marginados y al planeta, fue la paz en un mundo sacudido por las guerras y las tensiones geopolíticas. En el 2014 habló de «tercera guerra mundial a pedazos», en referencia a la presencia de guerras, crímenes, masacres y destrucciones en tantos lugares del mundo de forma tan sistemática que representan un verdadero conflicto global. Hoy, más de diez años después de aquellas palabras, parece cada vez más evidente que el papa venido casi del fin del mundo fue profético.