
El creador, fallecido a los 91 años, transformó la sastrería clásica con su maestría única
05 sep 2025 . Actualizado a las 12:46 h.«La elegancia no es llamar la atención, sino ser recordado». Giorgio Armani (Piacenza, 1934), fallecido este jueves en Milán a los 91 años, resumía en una de sus frases más célebres el espíritu de su vigorosa marca y el suyo propio, el de un hombre que hizo de la moda una vocación longeva y perdurable frente a los vaivenes de la ropa volátil. «Con infinito pesar, el grupo Armani anuncia el fallecimiento de su creador, fundador e incansable motor: Giorgio Armani. El señor Armani, como siempre le han llamado con respeto y admiración sus empleados y colaboradores, falleció tranquilamente, rodeado de sus seres queridos. Incansable, trabajó hasta sus últimos días, dedicándose a la empresa, a las colecciones y a los diversos y siempre nuevos proyectos en curso y en desarrollo», comunicó la firma. Una infección pulmonar lo había obligado a perderse en junio su penúltimo desfile.
Como aseguraba el creador en su autobiografía Per Amore, publicada en el 2015 y reescrita en el 2023, llegó a la moda por amor y de forma casual. Su primera vocación universitaria fue la medicina, carrera que abandonó para ir al ejército. «Llegué a la moda por accidente y lentamente creció en mí hasta absorberme y robarme la vida», aseguraba el modisto, que debutó como escaparatista en Milán para adentrarse en la sastrería con Nino Cerrutti.
A finales de los años sesenta, llegó a su vida el arquitecto Sergio Galeotti, que fue su compañero y su principal apoyo a la hora de sentar los cimientos de su empresa a costa de vender hasta el escarabajo del diseñador. En 1973, abrió su estudio en Milán y en 1975 —cincuenta años recién cumplidos— fundaron juntos Giorgio Armani Spa. Ese mismo año presentaron la primera colección masculina para la primavera-verano de 1976, que despertó por primera vez el interés por su pericia con la aguja.
Empezaron a despuntar entonces los trazos de sus chaquetas desestructuradas para hombre, que acabarían transformando las formas clásicas de manera transversal, desde la alta moda hasta las prendas a pie de calle, al alejarse de la rigidez convencional. Más tarde haría lo mismo con sus propuestas para mujer, al introducir en su armario las chaquetas impecables de corte masculino con pantalones sartoriales.
Él mismo convirtió su imagen personal en icono del minimalismo, con sus eternas camisetas blancas con sencillos pantalones y calzado cómodo, una dieta frugal para quien era uno los hombres más ricos del planeta, con un patrimonio neto de más de 7.700 millones de euros.
Otra de sus grandes aportaciones fue su apuesta por la sobriedad en el color. Si decir que el negro fue un básico de su lenguaje puede parecer una obviedad, no lo es menos asegurar que con Armani floreció el greige, esa tonalidad neutra en la que confluyen el gris y el beige que algunos pueden encontrar aburrida, pero que él elevó a la categoría de refinada y eterna.
Su filosofía sobre la moda estaba en las antípodas de las prendas rápidas y perecederas; su estilo, lejos del mundanal ruido. Es célebre la frase que le dijo en una ocasión su homólogo Gianni Versace: «Tú vistes a mujeres elegantes, yo visto a zorras». Donatella Versace se enfadó con él por haber revelado esta anécdota sobre su hermano difunto, pero tras su muerte la empresaria demostró que ante un maestro hay que inclinarse. «El mundo ha perdido hoy a un gigante. Hizo historia y será recordado para siempre», escribió Donatella.
Diseñadores ha habido muchos en la moda italiana, pero hasta ayer el rey era él. No solo por la solidez de su legado y su estilo inconfundible. La firma también mantuvo su carácter único en el aspecto empresarial dentro de un sector donde las marcas de lujo han pasado a ser etiquetas gestionadas por grandes conglomerados y donde los modistos fluctúan en el mercado de fichajes. En una compañía con ingresos anuales de 2.300 millones de euros, que abarca diferentes líneas de moda, belleza, decoración, hoteles y restaurantes, él seguía siendo director creativo y director ejecutivo. Todo pasaba por sus manos, las de sus allegados y las de Leo Dell'Orco, su colaborador y compañero de vida tras la muerte prematura de su primer socio. Este último dirige la fundación que a partir de ahora gestionará la compañía.
El inventor de la alfombra roja
El cine era una de las aficiones de Giorgio Armani y tuvo el acierto de ganarse a Hollywood para su causa. La alfombra roja como escaparate fue uno de sus descubrimientos. Su primera experiencia fue crear el vestuario de Richard Gere en American Gigoló gracias al director Paul Schrader. Pero tuvo el olfato de establecer alianzas con las estrellas no solo en la pantalla, sino también fuera de ella, facilitándoles la ropa y los gastos tras seducirlos con una jugosa invitación que muchos querrían recibir al menos una vez en la vida: «El señor Armani quiere vestirle».