Un estudio certifica que muchos de los usuarios nunca han tratado su TCA y que los tratan como estilos de vida y no como enfermedades
13 sep 2025 . Actualizado a las 16:41 h.Las comunidades virtuales que promueven la anorexia y la bulimia como estilos de vida, conocidas como pro ana y pro mia, siguen creciendo en internet y representan un riesgo grave para la salud física, mental y social de quienes participan en ellas, especialmente adolescentes y mujeres jóvenes.
Así lo advierte un estudio de la Universidad de León (ULe), que propone medidas educativas como principal vía de prevención frente a estos trastornos de la conducta alimentaria (TCA).
La investigación, firmada por la profesora Carmen Vizoso-Gómez, analiza 38 estudios científicos sobre estas comunidades, seleccionados tras una revisión sistemática en bases de datos internacionales como Web of Science, Scopus y ERIC.
El trabajo revela que el 50 % de los artículos se han publicado entre el 2016 y el 2020, lo que refleja un interés creciente por un fenómeno que, lejos de desaparecer, se adapta a nuevas plataformas como TikTok, Reddit o Twitter.
Según Vizoso-Gómez, las comunidades pro TCA no solo banalizan los riesgos de la anorexia y la bulimia, sino que las presentan como formas válidas de vida, reforzadas por imágenes de delgadez extrema, consejos para restringir la alimentación y mensajes que asocian el control del cuerpo con el éxito, la perfección o la pertenencia a un grupo.
«Se construyen identidades colectivas que ofrecen apoyo emocional y social, pero que también perpetúan conductas autodestructivas», advierte la autora.
El estudio constata que la mayoría de los contenidos se difunden en webs, foros y blogs, aunque las redes sociales han ganado terreno. En plataformas como TikTok o Twitter, los hashtags como #proana o #thinspo permiten acceder a estos contenidos, aunque muchos usuarios evitan etiquetas explícitas para eludir la moderación.
A pesar de los intentos de censura, muchas de estas comunidades persisten y se reinventan. Uno de los hallazgos más preocupantes es que muchas personas que participan en estas comunidades nunca han recibido tratamiento para su trastorno, y que incluso quienes están en proceso de recuperación pueden sentirse atraídas por estos espacios.
Además, aunque predominan las mujeres jóvenes, también se han identificado hombres y personas mayores de 50 años entre los usuarios.
Frente a este panorama, Vizoso-Gómez propone una estrategia basada en la educación y la alfabetización mediática. «La censura puede ser contraproducente. Es más eficaz enseñar a identificar los mensajes engañosos y promover el pensamiento crítico», señala.
La autora aboga por programas educativos formales y no formales que incluyan contenidos sobre nutrición, imagen corporal, autoestima y uso responsable de las redes sociales.
El estudio también recomienda implicar a toda la comunidad educativa —docentes, familias, orientadores y profesionales sanitarios— en talleres presenciales y virtuales, así como diseñar campañas de sensibilización atractivas y supervisadas que promuevan hábitos saludables.
«Las redes sociales pueden ser una herramienta útil si se utilizan para difundir contenidos basados en evidencia científica», precisa.
La investigación de Vizoso-Gómez se suma a un creciente cuerpo de estudios que alertan sobre el impacto de los TCA en la salud pública.
En Europa, se estima que la anorexia afecta entre el 1 % y el 4 % de las mujeres, y la bulimia entre el 1 % y el 2 %. La tasa de mortalidad asociada a estos trastornos es una de las más altas entre las enfermedades psiquiátricas, con un 5-6 % de los casos.
En este contexto, la autora insiste en que la prevención debe comenzar en las aulas y extenderse a todos los espacios donde se construyen las identidades juveniles, incluidos los entornos digitales. «Educar es proteger», concluye.