EDUARDO GALÁN LA RUTA DE LAS ESTRELLAS
03 ene 2002 . Actualizado a las 06:00 h.Cuando, en 1998, Pepe Sancho subió al escenario para recoger su Goya al mejor actor de reparto por Carne trémula , se saltó todas las consignas de brevedad que pedía la Academia. Había sido secundario demasiado tiempo. Y comenzó allí un agrio pataleo, reivindicando en su persona a tantos actores como él, abandonados por la industria que contribuyeron a cimentar con papeles de tres convocatorias y arrugas que la pantalla fue capturando, implacable. Las arrugas de Pepe Sancho y las de Ángela Molina en la secuencia de la ducha de Carne trémula son, seguramente, una de las geografías más hermosas y emocionantes del cine español. El cansancio del policía interpretado por Sancho en la película de Pedro Almodóvar es un bonito resumen de los actores secundarios, que se engrandecen como santos de Hollywood al enseñarnos en los grandes primeros planos de su cara cada paso dado en el infierno de los sueños del cine. Pepe Sancho volvía a debutar, 25 años después. Y, cuando su personaje le pedía otra oportunidad a la Molina, era como si se la pidiera al cine. Luego hizo más papeles de machista ciego de celos, jugando con la ferocidad y la ternura en películas como Flores de otro mundo o Sexo por compasión. Pero fue en Los lobos de Washington, una historia de parias y perdedores, donde su físico de eterno secundario alcanzó una corporeidad mayúscula. Ahí comprendimos que, como los bichos del título, los actores deberían ser animales protegidos. Sancho interpretaba a uno de los malos más escalofriantes del cine español, torturando a un subnormal y a su propia mujer, con la mirada triste y los ojos fijos de un lobo herido. Aunque sigue trabajando en películas más o menos abominables, como Hijos del viento o Ja me maaten!, también recibe homenajes. Ahora se estrena El deseo de ser piel roja, un guiño a los westerns baratos de sus comienzos: Rebeldes en Canadá, Dos mil dólares por coyote o Fuerte perdido.