Atom Egoyan toca el cielo con «Ararat», un drama en busca de la identidad

M.A. Fernández ENVIADO ESPECIAL |VALLADOLID

TELEVISIÓN

RUBEN ALONSO

La película del director canadiense se coloca como una de las favoritas a la Espiga de Oro El nivel de calidad de la Seminci no decae y, aunque es cantar que se repite edición tras edición, este año el jurado, que tiene como portavoz a la escritora Rosa Regás, lo tendrá particularmente complicado. Para muestra, el doblete de ayer en la sección oficial.

28 oct 2002 . Actualizado a las 06:00 h.

Atom Egoyan, realizador canadiense de origen armenio, tiene en su haber un envidiable curriculum en la Seminci: dos Espigas de Oro por El liquidador y Dulce porvenir , además de una de plata por Exótica . Es también uno de los grandes autores actuales, capaz de una obra muy personal que, en un pasmoso ejercicio de simplificación, algunos se empeñan en situar en la órbita del norteamericano David Lynch. Ahora, con Ararat brinda una película que, además de tocar los hilos de la denuncia política, se confirma como seria aspirante al galardón de este año a través de una doble trama: dos familias que buscan reconciliarse y la recuperación histórica del genocidio turco sobre el pueblo armenio en un hecho ocurrido en la ciudad de Van en 1914. Dos películas en una para confluir brillantemente en una búsqueda de la identidad personal y cultural a través de varios personajes a los que dan vida actores de la talla de Charles Aznavour, Christopher Plummer o Arsinée Khanjian, esposa del propio Egoyam. Resuelta con su habitual brillantez técnica sobre un guión propio en el que quizá pretende contar demasiadas cosas, Egoyan protagonizó la rueda de prensa más nutrida hasta el momento, porque su cine nunca deja indiferente pese a su limitado acceso a las pantallas comerciales. Si algo tuvo de positivo el dichoso Dogma danés es que provocó una saludable pérdida de complejos en los realizadores europeos a la hora de no primar los valores de producción sobre el interés de las tramas. Algo así como un cine visualmente pobre frente a la fanfarria trompetera de Hollywood. Comedia El alemán Andreas Dresen lo demuestra con A mitad del camino , una simpática y refrescante comedia sobre el vuelco que da la vida de dos parejas de currantes en la ciudad de Frankfurt del Oder, en la frontera con Polonia, cuando descubren que la esposa de uno se lía con el esposo de la otra. Filmada en petit comité , con cámara al hombro, una estética premeditadamente «sucista» y en apariencia descuidada, el casi inexistente guión dejó absoluto margen a la improvosación y eso se nota para bien del resultado final. Sobre todo se aprecia en los diálogos y en el trabajo de los actores, más sueltos que una veleta en día de temporal.