De «Gran Hermano» a «Masterchef»: El ocaso del «edredoning»
TELEVISIÓN
Por primera vez en 14 años, la final del «reality» no lideró la noche televisiva en España, perdiendo su dilatada hegemonía a manos de un programa de cocina
22 jun 2013 . Actualizado a las 20:37 h.Por primera vez en catorce años, la final de Gran Hermano no lideró la noche televisiva en España perdiendo su dilatada hegemonía a manos de un programa de cocina. Masterchef es lo que se llama en la jerga de las cadenas un programa «blanco». Ni «edredoning», ni exhibición de casquería, ni de lencería. Guisos, emociones y competencia sana. Así pues, se rompía un largo ciclo de predominio en las audiencias del reality con más éxito en la televisión generalista.
Y el dato no es irrelevante, porque desde que la casa de Guadalix irrumpió en la programación se había convertido en el espejo donde se reflejaba la vulgaridad de los gustos mayoritarios. La convivencia de unos concursantes atrapados en el salón, la cocina o el dormitorio de un chalet en medio de un clima chabacano y con frecuencia soez, ha captado la atención de millones de espectadores durante década y media. Lo que invariablemente nos conduce a la conclusión de que el cotarro nacional disfruta con los berrinches, las expulsiones, las confesiones, las broncas y los cuernos.
Ahora que ya no se espía por el ojo de la cerradura a los vecinos, que no se discute con la parienta a voz en grito por el patio de luces y los adulterios se perpetran en un motel en lugar de la pensión del barrio, la corrala peninsular había encontrado el sucedáneo virtual en el reality de Guadalix de la Sierra. Puede ser un capricho del inescrutable mundo del share, pero el hecho es que el martes pasado, 18 de junio, Gran Hermano dobló la rodilla. La mayoría del respetable cambió la democracia directa del público que decide quién se queda y quién se va, por el sistema representativo del jurado que huele y cata el plato para decidir quién puede o no llegar a ser un chef.
Los amores y los rencores susurrados bajo el edredón han dejado paso a la alquimia de los pucheros. Masterchef parece recoger la herencia de aquellos legendarios programas de TV-1 Con las manos en la masa o pedir paso al campeón Karlos Arguiñano que ha marcado una época en el maridaje televisión-cocina. La diferencia ahora es que el centro de atención no son los cocineros sino los platos. Se ha despertado la curiosidad en los espectadores y por fin el «efecto mariposa» de la cocina nuclear de Ferran Adriá está llegando a las amplias capas de la sociedad. Ahora interesa más como se presenta un sashimi que si los inquilinos de la casa de Guadalix roncan en la siesta o discuten por los turnos de limpieza del baño. Hay curiosidad por saber de espumas, de marinados, de esferificaciones, de preparaciones a baja temperatura. A la mañana siguiente el 99 % de los hogares vuelven a sus potajes, marmitakos, lentejas con morcilla y demás recetas de toda la vida, pero al menos se han despertado sin la resaca que asegura la sobredosis de reality metido en vena como en estos catorce últimos años.