Si como dice un reciente estudio el espíritu de la Navidad está localizado en un punto del cerebro vamos a tener que extirpárselo a quienes siguen enmarcando esta fecha en la pantalla. Es preferible que vengan con otro espíritu y que nos salga al rescate de otra Nochebuena posible, tanto da sin con la austeridad alemana o con el excesivo Merry Christmas de los americanos, pero con otro ritmo del show. Porque ver año tras año lo mismo reseca más que el turrón blando. Y se nos hace bola. La tele se ha convertido en Nochebuena en un festival de Fin de Curso, sin la gracia de ver a nuestros niños en el escenario y con el entusiasmo encogido en unas piruetas muy de andar por casa. Si Telecinco se echó al sketch sexista de varietés de tercera, en donde Kiko Hernández no es precisamente Arturo Fernández, en La 1 se arriesgaron a la fórmula de los ochenta y repitió Telepasión. Claro que entonces los presentadores que cantaban eran iconos mediáticos y este año había que sacar la lupa para identificar quién era quién, porque más allá de Mariló (que icono, icono no es) no había ninguna cara reconocida. Bueno sí, la de Raphael, que reapareció para consuelo de los espectadores hechos a la poca novedad. Menos mal que nos queda el discurso del rey, que ahí, todo hay que decirlo, lo están dando todo. Si no fuera por él no sé qué sería de esta Navidad.