Tristán Ulloa: «Como actor no puedo estar juzgando ni a Salva ni a Maje»

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El intérprete participa en la película «La viuda negra» de Netflix sobre el crimen de Patraix
25 may 2025 . Actualizado a las 10:19 h.Tristán Ulloa (1970, Orleáns, Francia) es uno de los protagonistas de la nueva película de Netflix La viuda negra, que se estrena el próximo viernes 30 de mayo. Producida por Bambú y dirigida por el también gallego Carlos Sedes, narra una historia basada en hechos reales, el conocido como el caso de Maje, la viuda de Patraix (Valencia). Ulloa se mete en la piel de Salva, uno de los amantes de la mujer.
—Salva aparenta llevar una vida normal pero esconde mucho. ¿Cómo trabajó para meterse en el personaje?
—Mi principal materia prima es siempre el guion. Lo que trato es de darle carne y voz al personaje, que sea los más verosímil y humano posible. Sin entrar en juicios morales de si es un hombre casado o si tiene una amante... Trabajé en que es un hombre enamorado de una mujer más joven y que además él se considera un buen padre y marido. No creo que se plantee que esté haciendo nada malo en ningún momento. Lo que hace es por el sentimiento que despierta esta persona y sobre todo porque cree que está de alguna manera ayudando a Maje. Y si tiene que pagar un precio alto por la felicidad de Maje, por estar en algún momento con ella, está dispuesto. Que todo esto sea moralmente cuestionable y juzgable, sí, pero yo como actor no me puedo poner en el papel de juez.
—Salva termina siendo un asesino.
—Salva quiere estar con esta mujer y ella le plantea un panorama: «Estoy viviendo un infierno con un auténtico demonio». Y eso es lo que Salva recibe. Obviamente, supone un conflicto para él tener que matar a alguien, pero en un momento dado piensa que está haciendo algo bueno, por así decirlo. O por lo menos así tengo que justificármelo para el personaje. No puedo estar juzgando, ni a Salva ni a Maje, porque hablo desde el punto de vista del actor que da vida a un personaje y que tiene que ser con toda la convicción.
—¿Conocía el caso real?
—No, no lo conocía. No seguí la noticia en su momento. Ramón Campos y Carlos Sedes se reunieron conmigo y Ramón hizo una especie de croquis de la historia, con cantidad de nombres, fechas, flechas para arriba, para abajo y sobre todo con un entusiasmo muy propio de él, porque ya hemos trabajado juntos otras veces, como en El caso Asunta o Fariña. Y entonces pensé: «Este equipo ya lo conozco, sé cómo trabajan, sé lo que hemos hecho, sé qué calidad se maneja. Si hago este personaje, voy a necesitar esto». Por ejemplo tenía que haber un cambio físico, tenía que haber un trabajo complicado a nivel de composición física, con una nutricionista, un entrenador físico. Y luego aparte, necesitaba bastante documentación. Lo tuve todo. Ramón Campos me lo puso todo a mi disposición, todos los audios. Y estaba haciendo la película de Carla Simón Romería. Y cuando no rodaba, estudiaba y escuchaba audios, hay muchísimos. Para un actor es un lujo trabajar con tanto material a tu disposición.
—¿Es más difícil interpretar un personaje que existe en la vida real?
—Sí, sobre todo si son personajes reconocibles por el público... Si fuesen menos conocidos, pues yo igual no me preocuparía tanto por eso. A veces uno tiene que dejar una forma de hablar, de caminar o de ser, en aras de un personaje que no tiene nada que ver contigo.
—Se está viviendo un auge del «true crime».
—Siempre han existido el true crime, aunque no se llamaba así. Películas de los Coen, como Fargo, están basadas en hechos reales. Y por remontarme al teatro de Shakespeare o a los clásicos griegos, ya había true crime ahí. Contar historias que habían sucedido es algo que siempre ha interesado al público. No creo que sea solamente de nuestra época, lo que pasa es que ahora tenemos muchos más medios, redes sociales, información más inmediata. Es verdad que ahora parece que somos más conscientes de todos esto pero siempre ha habido esta vertiente.
—En la actualidad hay mucha polémica alrededor de ellos. ¿Hay límites?
—Es un tema muy candente. ¿Qué límites hay que ponerle al humor o a una creación artística? Recuerdo hace poco que fui a ver una exposición en A Coruña del fotógrafo Peter Lindbergh. Era un primer plano de un tipo condenado a muerte en imagen real, y te contaban un poco la historia de lo que había hecho y lo que le quedaba de vida. Ponerse delante de esa mirada era una experiencia, aguantársela era algo que te removía por dentro, te cambiaba. Eso es una performance. ¿Qué límite se le puede poner al arte para provocar una emoción? No lo sé, no lo tengo nada claro. No sé qué límites hay. Más allá de que depende del buen gusto o el mal gusto de cada uno. Tarantino hace humor con la violencia, y a veces inspirado en casos reales. ¿Qué límite le podemos poner para que no haga esta película?